AMARTE,
HASTA MI ÚLTIMO ALIENTO
Día
setecientos noventa y siete, otro día más en la sala que me da la vida o la
muerte, no sé de qué otra manera decirlo. Mismas caras, caras nuevas, caras que
ya no están. El olor a putrefacción y medicación, es insoportable y las máquinas de tratamiento no dejan de funcionar
diariamente, dando vida a los rostros calvos, que quieren sus servicios.
Espero en la sala, como cualquier semana, a
que el doctor Tomás me llame y me comente como están mis marcadores y me dé
otro chute del veneno que me quita el hambre, me transforma en la persona más
irritable del universo y deja que las personas, que antes pensaba que me
querían, fueran poco a poco abandonándome a mí son. Solo tengo a mi abuela,
prohibiéndome la poca vida que creo tener, soy como una muñeca de porcelana y
aunque la grite, la insulte y la mande al carajo, ella sigue estando impune. A
mi padre, ya jubilado, le dejo descansar de esta agonía, ya tuvo bastante con
la enfermedad de mí madre y no podía soportar que también, viera a su hija caer
por el abismo. Así que, me independicé, pero no muy lejos, ¡no penséis!, la
puerta de mi casa queda enfrente a la de
mi abuela, la única que aun tratándola mal siempre está al pie del cañón. Me
recuerda a mi madre, por eso creo que al verla me hace sentir a veces mal, la echo
tanto de menos…. En mi trabajo, mi jefe no me permitía más bajas, aun siendo la
mejor abogada que tenía en el equipo. Fui despedida y repudiada por muchos de
mis compañeros, uno de ellos, fue Rodrigo, mi ex, esa persona incondicional que
me declaraba su amor a los cuatro vientos hacía dos años, y cuando supo lo que
le venía encima, de la forma más fría, me dijo: “tú no podrás darme hijos Alicia…
Mírame, no puedo estar con alguien, que no está cien por cien como yo. Tengo un
gran trabajo, unos sueños, mis expectativas de futuro y tú, lo cortas todo,
espero que todo vaya bien”, y sin
más, salió de mi vida, al igual que entro.
Diréis, pues vaya mierda de vida, ¡exacto! ¡¿La
vuestra es mejor?!
─Alicia Mora, pase a la consulta cinco,
por favor. – dijo la voz del interfono.
─Cariño, venga el doctor nos ha
llamado, levántate – dijo mi abuela. Me levanto con esfuerzo, mis piernas
últimamente son, como arrastrar dos cementos, sé que el tratamiento es muy
corrosivo y ataca a todas las partes del cuerpo, pero entre el tratamiento y
mis ánimos de ver la vida, todo se me hace más duro. Junto a mi abuela, me dirijo
a la consunta del doctor, y en mi recorrido hacía la consulta paso por el
mostrador de las enfermeras, donde unas te preguntan por tu estado y otras te
animan a seguir en esta vida.
─Hola Alicia ¿vienes a la sesión? – me doy
la vuelta, donde estoy saludando a las enfermeras y veo que es Mari Luz, una de
las pacientes de la doctora Ciruelo, operada de pecho hace ya, seis meses.
─Hola guapa, veo que ya no tienes el catéter
– le comento.
─¡Noooo! – Me dice llena de alegría –
la doctora me ha dado vía libre - y
dándome en el brazo me comenta – ¡¡No voy a ver este sitio, por un buen tiempo
nena!! – la sonrió como puedo.
─Me alegro mucho por ti – lo digo con
alegría pero a la vez con tristeza, se que en mi caso, las nubes se tuercen
bien negras en el horizonte.
─Ali, no pongas esa cara. Sabemos lo
que hay, pero la luz a la vida la tendrás muy pronto, ya lo verás. – asiento
ante sus palabras.
─Eso espero - bajando la cabeza,
empiezo andar hacía las puertas, donde dan acceso a las salas de los doctores.
Más atrás, mi abuela se despide de Mari Luz, dándole sus bendiciones y una
estampita del Cristo de Medinaceli, para que la proteja y la ayude, ¡ay abuela!,
tú y tus oraciones en vano.
─Pase Alicia, pase… ¿Cómo está hoy mi
paciente? – pregunta ridícula que me hace el doctor ¿No lo ve? Estoy hecha una
mierda, mi cuerpo no responde a los tratamientos, ¿Le pongo un pin por esa
pregunta? Pero soy cordial, no puedo tratar mal a la persona que proporciona
los medicamentos a mi cuerpo.
─Muy bien, doctor – respondo de mala
gana, apretando los dientes y tensando la boca. Sé que este hombre no podrá
salvarme, no sé porque se empeña, en que haga de conejillo de indias, y pruebe
conmigo toda clase de medicamentos, pues nada, hasta que el cuerpo aguante.
─Alicia, he estado mirando tus últimos
resultados, han mejorado algo, pero no lo suficiente para ponerte en la lista
del preoperatorio. Deben disminuirse y poder proceder para poder dar orden al
cirujano, por lo tanto, voy a meterte en la lista de un nuevo medicamento, es
muy costoso y no se lo dan a cualquiera, intentaremos que la seguridad social
pague el coste, pero por ahora lo pediremos y te revocaré al doctor Montalbán.
─¡¡¡¡¡¿¿¿Qué???!!!! ¿¿¿¿Encima que sigo
como un experimento humano, usted ya no quiere tratarme??? – Me pongo como una loca.
Me levanto como puedo y tiro el perchero de pie que tengo a mi lado. El doctor
y mi abuela intentan tranquilizarme.
─Cariño, el doctor todo lo hace por tu
bien. Si nos dice que nos manda a ese señor, será porque él tendrá otra
expectativa en tu caso, da otra oportunidad y veremos qué pasa. – Apoyo mi mano
en la pared y la cabeza, en el brazo donde sostiene mi cuerpo. Suspiro y vuelvo
a suspirar, estoy harta de todo, de tanto tratamiento, de tanto medicamento, de
tanto intento por vivir, pero me acuerdo de mi madre, ella nunca flaqueaba,
siempre estaba al pie del cañón y siempre me decía que el miedo, no me
permitiera fallar, y yo no quiero fallar, quiero ganar. Levanto la cabeza y veo
la cara de angustia de mi abuela.
─De acuerdo yaya – miro la angustia de
mi abuela y sé, que no me ve bien - Lo
siento mucho ¿Qué tengo que hacer? – le pregunto al doctor. Todos nos volvemos
a sentar.
─¿Más tranquila? - Yo asiento y escucho, lo que el médico
tiene que decir - Solo tienes que firmar estos documentos, de que estás de
acuerdo con el proceso. El tratamiento empezara dentro de dos días, vendrás, te
tomaras la medicación y te volverás a ir a casa. Es un tratamiento menos
corrosivo, pero más efectivo, que otro tratamiento, por lo tanto, te crecerá el
pelo y las uñas, los codos y las rodillas volverán a su tono natural. También
te mandaré una dieta específica y como ya te irá diciendo el doctor Montalbán,
también tendrás con él unas sesiones de terapia, donde podrás desahogarte y
expresar como llevas todo este tema.
─No necesito un loquero, la cabeza la
tengo perfectamente – me toco mi abdomen – es esta parte ¿entiende? La que no
tengo bien – me cruzo de brazos, al ver la cara de ignorancia, ante mi comentario.
─Te vendrá bien Alicia, llevas mucho
tiempo comiéndote todo ese proceso. He hablado con tu abuela y no estás bien, ha
cambiado tu actitud ante tus amistades, estas encerrada en ti misma y eso no es
bueno, lo necesitas, y por mi parte, nada más – se levanta del asiento y me
ofrece la mano, para que se la estreche – Te veré por los pasillos, cuando
tengas consulta, ¿entendido? – asiento y me dirijo a la puerta.
─Muchas gracias doctor, mi nieta
llevará todo a rajatabla. Que tenga un buen día. – Dicho y hecho, salimos de la
consulta. Fuera del hospital, nos dirigimos a la parada de los taxis rumbo a
casa.
En casa, suelto mi bolso, miro mi móvil por
si tengo algún whatsApp o llamada, Que
irónico, ¿quién va a querer saber de mi? ¡Alicia despierta! Dejo el móvil en mi
cómoda y me recuesto en la cama, boca arriba.
─Tienes
que merendar algo hijita, ven a la cocina conmigo.- comenta mi abuela.
─Abu
por favor, no tengo hambre, solo quiero dormir.- me recuesto más en la cama,
haciéndome un ovillo y cierro los ojos, solo quiero que mañana sea distinto.
Los dos días han pasado y me toca sesión
doble, tratamiento nuevo y doctor nuevo ¡Hurra!! Mejor que una lotería. Además
de empezar mal el día, esta vez mi abuela no puede acompañarme, tiene un
gripazo de aúpa y mi padre se ha ido al pueblo a ver a su amigo que hace unos
días tuvo un infarto, así que, mi querida abuela, no tiene mejor plan que
llamar, a la que era mi supuesta mejor amiga Lana, como está en paro y no tiene
otra cosa mejor que hacer, no ha dicho que no al ofrecimiento. Pues nada,
encima de mi buen día, a soportar a una persona a disgusto, ¡punto para la
menda!.
Piiiiiii
Piiiiiiiii suena el telefonillo. Sé que es ella y le
digo a mi abuela que me espere abajo, no quiero que tenga compasión de mí,
puedo valerme sola.
Al final ha tenido que venir a ayudarme en la
segunda planta y no es que no pueda, ¡es que vivir en un cuarto, es un horror!.
Nos montamos en el coche, rumbo al hospital, el trayecto será interesante, al
igual que la conversación. A la llegada a la puerta de tratamientos, Lana me
para con el brazo. El trayecto fue silencioso, rápido e incómodo y tenía que
llegar el momento de que mi amiga me soltara algunas cositas.
─Alicia,
necesito hablar contigo y no quise perder la oportunidad, cuando me llamo tu
abuela - pumba, como lo sabía, ahora vendrá que lo siente mucho,
arrepentimiento y adiós Lucas no me acuerdo – Por lo tanto, te pido perdón por
todos estos meses de ausencia, pero la mitad de la culpa la tienes tu – me
quedo mirándola con cara de póquer – Si, Alicia porque… porque, éramos las
mejores amigas del mundo, siempre nos ayudábamos en todo y tú te encerraste en
ti misma. Yo he tenido mis problemas, no tan importantes como tu salud, pero me
apartaste, me dejaste a un lado y eso hizo sentirme mal. No se hace eso a los
amigos, se apoyan, se ayudan mutuamente… - Me quedo mirándola sin saber que
decirla. Sé que me distancie, por no hacer daño a los seres que realmente me
querían y a los que pensaba que me querían, pero esto… yo…
─Lana,
es muy duro para mi esta situación, sabes…. ¿sabes todo lo que he pasado, desde
que empezó?, la gente que me abandono, ¡Rodrigo me abandono!
─Pero
yo no… - empiezo a llorar como una cría pequeña. Ella tiene razón, la dejé de
lado por pensar en mí y no lo qué pensarán los demás. – Lana me abraza y ante
su reacción la abrazo también. Nos tiramos así varios minutos, parecemos dos
crías de quince años y eso que tenemos las dos treinta y dos, ¡¡¡vaya dos!!!
Nos separamos y nos limpiamos las lágrimas. Me dice que me abra a ella como
antaño y yo le respondo que lo intentaré.
─Alicia
Mora acuda a la consulta ocho por favor. – Después de una hora y media de
espera, me llaman a consulta. Estoy cansada, siempre lo mismo, horas y horas de
espera y después tratamiento, y horas y horas de espera, otra vez, hasta que el
tratamiento está completamente dentro de mí. Lana me acompaña a la consulta y
ahora que hemos hablado intenta no fallarme y estar a mi lado. Delante de la
puerta de la consulta, toco la puerta para entrar ya que está cerrada, pero no
abro y espero a que alguien responda. Oigo hablar a un hombre avisando que me
permite pasar. Abro y dentro veo a un hombre de unos treinta y cinco años como
mucho, de espaldas a nosotras, hablando por teléfono; lleva la misma bata blanca
que cualquiera de los médicos del hospital, por lo tanto, pienso que será el doctor
Montalbán. No puedo verle la cara, pero me dice que me acomode en la silla.
Mientras él habla, yo le examino; tiene una espalda ancha y bien formada, la
bata la tiene entre abierta, lleva unos vaqueros que le marcan las piernas y al
tener el brazo tensado por coger el teléfono, se le marca el bíceps ¡Y que
bíceps! Subo la mirada hasta su cuello y veo la terminación de su pelo castaño que
termina en uve. En ese momento se da la vuelta y cuelga el teléfono.
─Buenos
días, señorita Mora ¿Cómo se ha levantado esta mañana? Espero que con ánimos. –
me quedo en shock desde la primera palabra hasta la última. No le he escuchado
nada, solo me he quedado mirando esos ojos verdes, que no paran de mirarme
fijamente. - ¿Señorita?
─Si
si, ¿decía? – Estoy totalmente descolocada, vuelvo a fijarme en esos ojos
penetrantes.
─Bueno
bueno… hoy se nos ha levantado despistada. Le decía que si se había levantado
con ánimos. – Su voz es grave, pero con un magnetismo que no atino a pronunciar
palabra - ¿se siente bien? – Lana me
toca el brazo. Yo reacciono o eso intento.
─Sí,
estoy bien – intento calmarme, su presencia me pone nerviosa. No es como los
otros médicos que he estado viendo durante estos dos años en el hospital. –
Perdone, ¿es nuevo en el departamento de oncología? – él me sonríe y vuelvo a quedarme
en shock. Esa sonrisa es antinatural, pero ¡que me pasa! ¡Estoy sudando como un
cerdo!
─A su
pregunta, sí, soy nuevo. Acabo de llegar del Castle Hill Hospital de Inglaterra
hace unas semanas, nos hemos visto por los pasillos varias veces. Su médico; le
comentaría, que yo he sido el responsable de que le cambiaran a mí consulta y
pudiera tratarle yo, espero que no la moleste y que pueda ayudarla en su caso.
Soy especialista en casos extremos y uno de ellos es el suyo, por lo tanto,
empecemos. Quisiera valorarle la tripa y ver como esta mi paciente. – He estado
escuchando, pero totalmente hipnotizada con sus palabras ¿Ha dicho valorarme? ¿es
el responsable de que ya, no esté con el doctor Tomás? ¡Dios mío, trágame
bombón!, me levanto y voy hacía la camilla. Mi amiga callada, observa todas mis
reacciones y sé que cuando salgamos va a decirme más de una palabra. Me tumbo
en la camilla y me levanto el jersey, ¡parezco una cebolla!, quien me manda a
mí ponerme hoy tanta ropa, ¡Ah sí! estamos a principio de diciembre y el frío
está presente en la ciudad.
─La
tripa la tiene bien, si le hago daño no dude en decírmelo. La cicatriz la tiene
algo roja, le mandaré una pomada para que recuse esa rojez, ya que hace ya dos
meses de la operación y debería ir aclarando. – Termina de valorarme, con esas
manos que no he podido parar de mirar, como ha ido tocándome despacio los
costados y la parte de mi ombligo, puff sí creo que he mojado las bragas, ¿Qué
haría si le dijera que me tocara más abajo?, a lo lejos oigo una voz que me
dice que me levante ¿Cómo?, giro la cara hacía ese doctor de ojos verdes, que
me mira con cara de preocupación. Me despierto de mis pensamientos obscenos y
me levanto, tapándome la barriga. - ¿Esta bien? ─Me levanto y asiento, avergonzándome de
lo que he estado pensando. Volvemos a nuestros asientos – No he notado ninguna
similitud, ¿no le habré hecho daño? - Me
mira preocupado, normal, desde que he entrado parezco un ganso que no se, ni
dónde estoy ni como hablar. Mi amiga me mira al igual que mi médico.
─No,
no… no se preocupe, me quede pensando en mis cosas- bajo la cabeza poniéndome
como un tomate.
─Aja
– él asiente, pero al ver mi cara roja vuelve a sacar esa sonrisa de antes y a
mirarme fijamente. Yo sigo poniéndome más nerviosa, que al principio y mi amiga
en ese momento carraspea, él se da cuenta que no estamos solos y empieza
hablar- Bueno, prosigamos, vamos a ver cómo vas reaccionando con el nuevo
tratamiento, llevado por mi control, ¿le parece bien? Y mañana mismo, la querré
en mi consulta para comenzar. Ahora quiero que su amiga salga de la consulta ya
que, le voy hacer unas preguntas más privadas – Mira a mi amiga haciendo un
gesto con la mano para que salga de la consulta - por favor – mi amiga se
levanta y se dirige a la puerta, no antes de decirme que estará en la sala de
espera – Muy bien, Alicia, sabe que el doctor Tomás te comento que conmigo
además de tratarle, tendríamos unas sesiones, las cuales enfrentar sus
problemas con la vida y su salud mental, no solo voy a llevar su salud física.
─Sí,
ya me lo comento pero estoy bien, no necesito que usted, me valore en ese
aspecto.
─Eso
lo valoraré yo y si es como dice, no hablaremos más del tema. Entonces,
cuéntame, como es el comportamiento con su abuela… - en ese preciso momento, el
teléfono del escritorio suena, mi doctor cañón y algo pesado al querer que le
explicara mi vida, mira la pantalla del aparato y empieza a ponerse nervioso,
entonces se levanta y sin más, se despide lo más cordial que puede. Le comento
que pasa con la sesión, y muy serio, me comenta
que en la próxima consulta proseguiremos con la terapia. No hay estrechamiento
de manos, no hay sonrisa, no hay nada… Me cierra la puerta en mis narices. Miro
a mi amiga que esta apoyada en la pared de enfrente de la consulta y nos
dirigimos a la salida, donde hemos aparcado el coche. De camino a casa…
─¡Has
tardado un porrón! – comenta mi amiga y prosigue - Niña ¿te has fijado como te
ha estado mirando todo el rato ese doctor? – Lana me mira con cara picara. Yo
la miro raro, levantando una ceja.
─Ha
sido incomodo que me sonriera así. Si lo hace con todas sus pacientes, que
quieres que te diga, es un provocador y un obsceno ¿no ve que estamos enfermos?
– me cruzo de brazos, me enfado por haber hecho el tonto dentro y pensar cosas
que no son. – Además, después de empezar con la terapia mental, se puso raro,
quizás han sido imaginaciones mías.
─Raro…Bueno,
será un provocador, pero a mí solo con mirarme me ha puesto a cien – nos
miramos y nos empezamos a descojonar - ¿Tu también? – me pregunta.
─Si
te digo que en la revisión creo haber mojado las bragas – le comento avergonzada.
No es que sea una mojigata o una monja, pero a raíz de mi enfermedad y la
ruptura de Rodrigo, ligar, la cercanía a los hombres y el sexo, se quedaron en
un segundo plano, y ahora este hombre ha hecho que mi cuerpo se despertara, con
una simple sonrisa y una mirada, desencajándome por completo.
─Anda
la muy guarra, y la que pensaba estar seca ahí abajo, ¡eres una bruja! – Y nos
volvemos a tronchar de risa.
El día que me acompaño Lana a la consulta,
vinieron muchos más. La amistad que teníamos volvió a ser la de años atrás. Por
mi abuela y por no ir a las sesiones que me impusieron en el hospital, Lana me
hizo abrirme y no cerrarme en todo lo que me pasara en el día a día. Su lema
era, “vive cada día como si fuera él último” y así me lo propuse. Con el doctor
ojos bonitos (así lo apodó mi amiga), siguieron las miradas penetrantes y las
sonrisas picaronas, pero no llegaba a nada más. Era frustrante, ya que al término
de las sesiones, se volvía serio y distante, hasta que a la novena sesión, la
voz de Lana me recordó: vive. Cuando
ese hombre de ojos verdes se quitó los guantes, después de haberme auscultado
la tripa, me baje el jersey y me lancé hacía esos labios carnosos, que llevaban
días esperando a que los besara. Él, ante el contacto de mis labios, se apartó
un poco y miro hacía la puerta, que siempre mantenía cerrada durante las
consultas. Se giro mirándome a los ojos, bajó su mirada hacía mi boca y la
atrapó con una fiereza que jamás nadie me había besado. El beso fue creciendo
más y más, bebiendo de nuestras bocas como si tuviéramos una sed insaciable.
Intenté coger aire, pero me atrajo más hacía a él y sus fuertes manos fueron
hacía mi culo, cogiéndolo y alzándome, hasta dejarme en la camilla donde antes
estuve tumbada. Seguimos besándonos, hasta que unos golpes procedentes desde
fuera de la sala, entorpecieron el momento. Nos separamos a desgana, mirándonos
como dos fieras en celo, yo estaba con el pulso a mil y él sin poder pronunciar
palabra. Puso un dedo en mi boca, con la intención de que estuviera callada y
respondió a la llamada de la puerta.
─Adelante.
─Disculpe
doctor Montalbán pero le traigo los informes que me pidió de la paciente Mora -
los coge y los deja, encima de la mesa.
─Gracias
Ana. Puede retirarse y dele recuerdos a su marido. – cogió el picaporte de la
puerta y con la mano le ofreció que procediera a retirarse.
─Se
los daré.- la enfermera salió, pero no antes de darle un repaso de arriba
abajo.
Cuando la puerta se cerró, él abrió la
cortina donde separaba el escritorio con el espacio de auscultación.
─Perdona,
no debí de haber hecho lo que hice – él se toca la barbilla recién afeitada con
la mano y me mira.
─Llevo
días queriendo hacer lo que tú has hecho hace unos momentos, pero no sabía cómo
te lo tomarías – se hecha los brazos a la cabeza - ¡Dios! Cuando llegué al
hospital y te vi por los pasillos, quise saber porque una joven como tú, estaba
en un sitio como este. Tomás me comentó tu caso y sin pensármelo, quise
valorarte por mí mismo. – Le quito las manos de la cabeza y se las cojo.
─Desde
que te conocí, me he sentido algo más viva.- Y abriendo mi corazón, al decir
esas palabras, apoya su frente contra la mía.
─Eres
mi última paciente, déjame llevarte a casa. – sonrío.
─Vale,
pero antes déjame que vayamos a un sitio.
─Me
encantará. Espérame fuera, en el aparcamiento. – asiento y espero, hasta que un
coche deportivo y bastante llamativo, para en frente mía – Venga chica
misteriosa, llévame a ese sitio – mi corazón da un vuelco y mis células
cancerígenas se revoluciona al poder estar con ese hombre de ensueño.
─Uhmmmm….la
Biblioteca Nacional ¿Qué tiene de especial? - dice extrañado.
─Para
que lo sepas, es un monumento que tiene trescientos años y que conserva todos los ejemplares
publicados en España, además atesora miles de manuscritos, estampas, dibujos,
fotografías y sin fin de artículos correspondientes a nuestra historia y para
mí es un sitio de relax.
─Interesante.
Nosotros tenemos la British Library, pero si te produce relax, me agrada
saberlo – me sonríe y empieza a subir las escaleras de la biblioteca. Yo le
sonrió igualmente y empiezo a subir más lentamente que él. Entre estantería y estantería,
nos miramos, cogemos libros, los ojeamos y los dejamos en su sitio, así un buen
rato.
─Cuéntame
algo de ti – salta de repente, en un susurro audible para nosotros dos.
─Ya
lo sabes todo, mi enfermedad…. - él se acerca y me calla con un beso.
─Me
refiero a lo que no se, a tus sueños, tus expectativas de futuro, que haces
cuando no te veo. – se apoya en la estantería que tenemos en frente y me
observa expectante, a que empiece hablar.
─Antes
no era lo que tú ves ahora…estaba…estaba muy buena, ¡qué narices!- le miro ante
lo que le acabo de soltar y empiezo a ojear el libro que tengo en mis manos.
─Y no
digo lo contrario – me sonríe con esa sonrisa que tiene, cortándome el aliento.
Bajo la cabeza hacía el libro que tengo en las manos y empiezo a pasar las
hojas sin parar, dando por concluido que este hombre me pone nerviosa y mucho
más. Mientras, él cruza los brazos marcando abdominales. – ¿Cómo eras? – me pregunta,
desdibujando su sonrisa y observando cada movimiento que hago.
─Tenía
un trabajo… era la mejor en mi especialidad, me encantaba viajar y conocer a
gente nueva, era muy risueña, hasta tenía un novio con el que quería casarme…pero
toda mi vida, se acabó. – Me restriego la cara y prosigo - Hay tantas cosas que
quiero hacer… y solo quiero, que me dé tiempo hacer una milésima de esas cosas - el libro que tengo en las manos se precipita
al suelo, irrumpiendo el silencio colosal de toda la sala de historia. Nos
agachamos justamente los dos y al incorporarnos, me coge las manos.
─Puedes
hacer todo lo que hacías antes, con excepciones, claro – me coge la barbilla y
nos miramos a los ojos - que el miedo a vivir no te impida seguir. – lo miro y
sonrío, me recuerdan a las palabras de mi madre, las lágrimas se precipitan en
la apertura de mis ojos y me abalanzo a sus brazos – Te llevo a casa, vamos.
─Gracias
por escucharme – empezamos andar hacía la salida.
─Gracias
a ti, por dejarme pasar este rato contigo. – y diciendo esto, me estrecho más
contra su cuerpo, en donde yo me dejo abrazar más si se puede. El trayecto es
corto, pero no me ha soltado la mano ni un segundo, aún conduciendo– Señorita
ya estás en la puerta de tu casa, espero que descanses.
─Quédese
a cenar conmigo, doctor Montalbán – No sé cómo han salido esas palabras, pero
ya no hay marcha atrás. Veo como él, mira por el retrovisor, ve un hueco de
aparcamiento para dejar el coche y aparca.
─Acepto
la invitación, pero si dejas las formalidades, llámame Eric, me haces ser más
mayor de lo que soy. – yo asiento y entramos en casa.
─¿Te
parece bien unos sándwiches? ¿Algo rápido y un poco de tele? – Me doy la vuelta,
con el pan de molde y todo el embutido que he sacado de la nevera. Mi doctor
está en la entrada de la cocina, se acerca y me quita todo lo que llevo en las
manos. Me sube a la encimera y me empieza a besar en los labios, en el cuello,
en el pecho, me rocía de miles de besos, le cojo la cara para mirarle y me coge
en brazos.
─¿Dormitorio,
por favor? – Su pregunta me impacta, pero solo quiero vivir el momento.
─Pasillo
a la izquierda. - ¿Estoy loca o las neuronas las tengo mal?
Me deposita en la cama con cuidado y se quita
la camisa por la cabeza, ni botones ni nada. Prosigue con sus besos sobre mi
cuello y baja sus manos hasta mi cintura, donde empieza a subirme el jersey que
llevo. Su torso es duro y firme, lo toco como si estuviera contemplando la
estatua de Miguel Ángel, lo besó y toco sus abdominales marcados. Él me saca el
jersey por la cabeza y lleva sus manos hasta mis caderas, la piel se me pone de
gallina, pero no quiero que pare y cuando sus manos topan con mi cinturón, su
mirada va directa a la cicatriz de mi abdomen, me la tapo inmediatamente con
las manos.
─No te
tapes, a mí la cicatriz no me importa, solo me importas tú – entonces dejo de
tapar la marca que me avergüenza y me vuelve a besar, mucho más apasionado, como
si solo fuésemos nosotros en el mundo y no existiera nadie más.
La habitación está a oscuras, fuera está
lloviendo y las gotas golpetean con fuerza en la ventana. Me despierto
sobresaltada con un sudor frío, un dolor estremecedor corre a través de mis
piernas, como si una correa intentara partirlas en mil pedazos, chillo he
intento moverlas sin parar, pero no lo consigo. Intento cogerme las piernas,
para parar ese ataque infernal, pero el dolor sigue haciéndose más agudo, la luz
se enciende y noto como unas manos fuertes me agarran y me balancean.
─Alicia,
para, te harás daño, ¿Qué pasa? – Hasta ese momento, aturdida por la noche y el
dolor, no se de quien provienen esas manos, si es un sueño o es real, levanto
la vista y es él, no se ha ido, sigue conmigo.
─Las
piernas… - cierro los ojos con fuerza - me duelen muchísimo las piernas. – Eric
se levanta y me pregunta donde tengo los medicamentos, se lo digo y se apresura
a donde están. Tarda menos de un minuto en volver a mi lado.
─Te
he traído las pastillas de lyrica para los calambres y un vaso de agua, venga
tómatelos, en momentos te dejará de doler - yo me lo tomo y me vuelvo a tumbar en la cama.
Eric apaga la luz, se tumba a mi lado y me abraza. El dolor es fuerte, pero su
contacto y el calor que desprende, hace que me relaje y en pocos minutos me
quedo profundamente dormida.
Por la mañana, el hueco que Eric ocupaba, está
vacío. Me desperezo y retiro la sabana, contemplo que estoy totalmente desnuda
y con una sonrisa que hacía tiempo, no tenía en la cara. Unas voces procedentes
de la cocina, me hacen levantarme y ponerme la bata. Salgo de la habitación y
en la cocina me encuentro a mi abuela y a Eric charlando animadamente.
─Hola
preciosa ¿Qué tal esas piernas? – Eric esta desayunando en MI cocina, con MI
abuela - se lo he comentado a tu abuela
y ya le he dicho que no se preocupe, son efectos del tratamiento, pero que con
el tiempo pasarán. - Mi abuela se acerca y me da un beso.
─Vaya
susto me dio el pendejo, cuando abrí la puerta y lo encontré haciendo el
desayuno, menos mal que le reconocí sino le hubiera dado un sartenazo que pa
que… - Yo los observo y les escucho, pero no atino a pronunciar palabra.
─¿Otra
vez sin palabras? – dice Eric. Respiro profundamente y suelto el aire.
─Uhmmm…No
me esperaba esta situación.- digo.
─Ni
nosotros - sueltan mi abuela y Eric a la vez. Asiento y me cojo una tostada
recién echada la mermelada.
─Bueno
preciosa, tengo que irme al hospital, te veo después. Ahora te dejo con tu
abuela pues mi jornada empieza antes de lo esperado – me besa, le da un beso a
mi abuela y se va.
─Ya
veo cómo has pasado la noche, por eso no viniste a casa a darme las buenas
noches. – mi abuela recoge la taza de café, que Eric se había tomado un rato
antes.
─Sí
abuela – le sonrío más de lo esperado y me retiro para prepararme a ir al
hospital. Mi abuela me pregunta, si me acompaña pero últimamente mi cuerpo
tiene más energías y le digo que no hace falta, ella asiente sin replicar, me
ve mejor que nunca y yo me alegro de que confíe en mi vitalidad.
Llego una hora antes de mi cita, espero que
Eric me atienda antes y podamos estar un ratito más juntos, ¿juntos? ¿Realmente
estamos juntos o qué relación tenemos? Voy a la cafetería por un café y hacer
un poco de tiempo. La cafetería es un autoservicio, donde coges una bandeja y
por la banda vas mirando los platos que más te gustan, hasta llegar a la caja
registradora. Además de coger un café con leche, cojo una napolitana de
chocolate, pago y al dirigirme a una mesa, veo como en frente hay una pareja.
El hombre tiene entrelazados los dedos con los de ella. Es una escena bastante
romántica. Al mirar al hombre, reconozco la cara, la bandeja se me cae de las
manos y vuelvo a mirar las manos entrelazadas de la pareja. Los ojos de la
pareja me miran, al ver el estropicio montado y el hombre se levanta apresurado,
hacía donde me encuentro. Estoy en shock y cuando atino a reaccionar, le doy
una bofetada, saliendo como puedo de la cafetería.
─Alicia,
por favor, espera – El hombre que tenía las manos entrelazadas me llama. Yo no
hago caso y él empieza a correr para pararme. – Por favor – consigue pararme,
pero me he encerrado en mi caparazón y no quiero hablarlo ni saber nada más de
él – Por favor, escúchame, lo que has visto no es lo que parece – le retiro la
mirada, no quiero excusas baratas, se lo que he visto y no quiero más
explicaciones, he sido una tonta – Alicia, mírame, no he sido sincero, lo sé,
pero no es lo que piensas – me coge de los brazos y hace que vuelva a mirarle.
─Se
lo que es y no quise darme cuenta, el día en que te conocí, recibiste una
llamada y delante de mí empezaste a ponerte nervioso, ¡eso es! Estabas con otra
y ese día empezaste a tontear conmigo. Muy bien, te has reído de la enferma,
perfecto, ya está, el juguete roto se ha dado cuenta, ahora vuelve con tu vida
y déjame en paz. – me deshago de su agarre y me apresuro. Sin mirar atrás, cojo
un taxi, indicando al taxista que acelere, quiero llegar a casa y encerrarme en
mi cuarto para no salir más.
Veinte de diciembre, hace cinco días que no
sé nada de Eric, bueno eso no es verdad, no ha parado de llamarme, las veinticuatro
horas del día. Vino dos veces a casa, pero el telefonillo podía incendiarse que
no iba abrirle. No quiero explicaciones, ya me han hecho mucho daño para que
venga un picapleitos buenorro, cariñoso y con una sonrisa de infarto a terminar
de rematarme.
Mi abuela sé que ha hablado con él, pero no
he querido tampoco que ella me dijera nada. Al día siguiente de dejar todo
claro entre Eric y yo, visite al doctor Tomás suplicando el cambio inmediato a
su consulta y él, apresurado pidió mi expediente de las últimas semanas. El tratamiento
ha hecho que mejore y mi abuela, solo me dice que mi mejora es por don buenorro
de los ojos bonitos y la sonrisa perfecta. Yo no quiero pensar si ha sido una
cosa ni otra. Por lo tanto, hoy veinticuatro de diciembre, ingresaré y me
quitaran el tumor. El doctor cree que esta todo controlado y piensa, que
después de la operación, no tendrán que darme más tratamientos. Ante tal
acontecimiento, respiro e intento estar tranquila, no me he sentido así desde
hace tiempo y quiero, después de la operación, cerrar mi corazón y dejar pasar
todos mis pensamientos.
─Es
la hora nena… - estoy sentada en la cama, mirando por la ventana - ¿Estás bien?
Sabes que todo va a salir bien y yo estaré contigo. – Lana ha venido para
llevarme al hospital.
─Lo
sé amiga, solo que la felicidad no está hecha para mi…- mi amiga se acerca y me
abraza.
─Oh
amiga, no estés mal, es solo que eres cabezona, como la vida misma. Tu tristeza
es por ese hombre que te quiere y sé que te querrá siempre, y no me mires así, no
le has dejado que se explicara ni una sola vez – Intento hablar y replicar sus
comentarios - Ah no, ni abras la boca, ahora soy yo quien te va a dar la charla
y me vas a escuchar, a tu abuela ni al pobre chico le has dejado explicarse,
pero a mí sí. Ese hombre no te ha engañado, viste lo que tus ojos querían ver,
otra mentira más en tu vida, porque piensas que todos te van a fallar y no es así.
La mujer que viste era su hermana pequeña, se iba a casar y su novio una semana
antes de la boda la dejó como un harapo, por eso la viste ese día en la
cafetería. Viajo hasta Madrid para verle y la llamada de la consulta era ella,
se puso tenso por ese motivo. Su familia es lo más sagrado que tiene y no quería
que escucharas su vida sin haberle dado la oportunidad de que le conocieras.
─¿Qué?…
Ay Lana, he jorobado una relación que era sincera, me quería hasta con mis
defectos más palpables y me encerré de nuevo en mi burbuja – me pongo a llorar.
─Ahora
no vale llorar mi niña, ahora tienes que ir a ese quirófano y salvar tu vida –
me da sus manos y me levanta de la cama – Y después tu cometido será, pedir
perdón a esa persona que intento unir esos pedacitos de corazón roto, con su
vida, sus ilusiones, su tiempo y todas sus ganas por hacerte feliz.
En el hospital, entrego la documentación para
el ingreso y firmo todos los papeles para que procedan a preparar el quirófano.
Me despido de mi abuela, de mi padre y de mi amiga Lana…él no ha aparecido...se
lo comento a Lana, pero ella solo me guiña un ojo y me dice, que la vida no es tan mala para un ángel caído.
Frunzo el ceño ante su comentario y los dejo en la sala de espera.
La sala de preparatorio es fría y triste, un
enfermero entra y deposita en mi camilla una bata, la única prenda que puedo
llevar al evento que me han invitado. Cuando se cierra la puerta de la sala, me
desvisto y me pongo la fina bata que no me arropa casi nada. Los anestesistas
empiezan a llegar, me piden que me tumbe, mientras uno se lleva mi ropa y me
dirigen hacía al gran baile. Proceden a ponerme la vía…
─Tengo
que hablar con ella, por favor… lo sé, pero será solo un momento – esa voz…la
conozco pero no puedo moverme para girar el cuello y confirmar de quien
procede. Tengo el brazo entablillado, cables por todas partes y aparatos
pitando, la anestesia empieza hacer su efecto, voy notando frío y un hormigueo
que va recorriendo todo mi cuerpo. – Hola pequeña – muevo la cabeza hacía la
voz – no podía esperar a que te despertaras, así que, ahora no puedes escapar
de mí – es él, me relajo y mi cabeza quiere juntar las palabras correctas para
pedirle perdón – Lana me ha dicho que te lo ha explicado todo, espero que lo
entiendas, nunca te he fallado y espero no fallarte nunca. Estoy enamorado de
ti y espero que me des la oportunidad de demostrarte todo lo que siento por ti.
– Asiento y una lágrima cae por mi sien. – Estaré en todo momento contigo,
dentro en el quirófano, desde hoy no te separarás de mí. – Asiento, ante las
palabras tan bonitas que acabo de oír y sin más, las palabras fluyen abriendo
mi corazón, sin querer volverlo a cerrar más.
─Me
estoy quedando dormida, pero quiero que sepas, que nunca espere ya nada de la
vida, tú eres el mejor regalo de Navidad, que he podido recibir en estas
fechas. Espero poder disfrutar junto a ti la vida que me queda y poder amarte, hasta mi último aliento –
nuestros labios se unen ante las lágrimas, que caen de mis ojos y esperar el
despertar, para disfrutar de mi nueva vida.
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