LA
TENTACION DE UN DESCONOCIDO
Virginia salió tarde aquel día de trabajar. Se acercaban
las navidades y tenía que terminar, antes de las fiestas, con todo el trabajo
que se acumulaba al acabar el año. Los informes del cierre de ejercicio, debían
ser elaborados en los primeros días del año que comenzaba y no admitían demora.
Se cerró bien su abrigo para que el frío aire de la noche
no se colara por ningún resquicio y salió del edificio de oficinas en el que se
encontraba para dirigirse a su casa.
Caminó, despacio, por aquellas solitarias calles, a esas
horas, en dirección a la parada del autobús. Aunque eran ya las nueve de la
noche, no tenía ninguna prisa por llegar a su solitario apartamento. Vivía sola
desde que unos meses atrás se había separado de su pareja, con el que había vivido
seis años. Desde entonces, su vida se había centrado en su trabajo y sus
antiguas amigas que habían estado en todo momento a su lado desde su divorcio y
con las que salía algunos fines de semana.
Estaba aproximándose a la parada, cuando decidió cambiar
de idea y entrar en la cafetería que se encontraba justo al lado. Un café
caliente le sentaría muy bien y ayudaría a que su cabeza se despejara, de todo
lo que había tenido que realizar en su jornada de trabajo. Además, haría que
entrase en calor, ya que sus piernas se estaban quedando heladas al llevar
falda y zapatos.
Entró en aquel bar, que solía frecuentar en algunas
ocasiones, y se sentó en el único taburete libre que quedaba en la barra. Pidió
un café con leche y dejó, al lado de ella su bolso y, debajo del mismo, el libro
que estaba leyendo.
Removió ensimismada el café esperando a que se enfriara
un poco mientras varios pensamientos iban y venían de su mente. Desde sus
obligaciones en el trabajo hasta la soledad de su hogar en aquellas fechas tan
señaladas. Necesitaba, aunque fuera tan solo por unos minutos, el ruido de las
conversaciones que se entablaban a su alrededor, en aquel pequeño pero acogedor
local.
La barra se encontraba llena de gente y justo a su lado,
se colocó un hombre que acababa de entrar y pidió una cerveza. Verónica se dio
cuenta que su bolso, estaba ocupando el único lugar libre del mostrador y, por
educación, lo quitó de allí y lo colocó encima de sus piernas. No prestó
atención alguna a aquel desconocido al que ni siquiera había mirado a la cara
al dejarle un hueco a su lado.
-Gracias –dijo educadamente el hombre.
Aquella voz con un timbre tan varonil, llegó hasta sus
oídos y tuvo la sensación que le recorría todo el cuerpo, envolviéndola. Se
dejó llevar por aquella ola de sensualidad y levantó la vista para poner cara a
aquella voz tan seductora.
Tal y como había deseado, aquel hombre tenía un atractivo
rostro y tan varonil como le había parecido aquel simple gracias que había
pronunciado segundos antes. Su cabello era moreno, bastante corto y sus ojos
tan oscuros y con una mirada tan intensa que consiguió que se ruborizase.
Aquel vergonzoso gesto, que no pudo reprimir, no le pasó
por alto y sonrió divertido y satisfecho por la reacción de ella ante su
presencia.
-¿No es un poco tarde para tomar café? –dijo intentando
entablar alguna conversación con ella.
Aunque parecía algo seria, aquella chica llamó bastante
su atención. La melena lisa que le llegaba un poco por debajo de los hombros
brillaba con la iluminación del local. Sus facciones era delicadas y suaves,
aunque su mirada reflejaba cierta tristeza. Era una mujer muy guapa y sencilla,
con un maquillaje natural que solo resaltaba lo imprescindible. Aunque aquellos
ojos de color miel no necesitaban nada que realzaran su belleza, tenían luz
propia y brillarían aun con más fuerza si tan solo perdieran esa melancolía.
-Quizá si es algo tarde, pero tenía frio. Además, no me
gusta beber sola en los bares. –Respondió sin querer entrar en dar más
explicaciones a ese desconocido y reconocer que, en realidad, estaba retrasando
encontrarse con la soledad de su casa.
-Perdona ¿Conoces algún sitio por aquí cerca en el que se
cene bien? No soy de Madrid. Estoy aquí por mi trabajo y no conozco nada de
esta zona.
El primer lugar que le vino a la cabeza, era un
restaurante donde iba a comer la mayoría de los días y que le gustaba mucho por
la sencilla y exquisita cocina tradicional con la que contaba.
-Hay un restaurante cerca de aquí, que te va a gustar. Te
lo recomiendo. Aunque, ahora mismo, no recuerdo el nombre de la calle. Está en
un patio entre dos edificios. Bajando unas escaleras.
-Creo que con esas indicaciones acabaré perdiéndome. No
quisiera molestarte y, lo más probable, es que tengas otros planes pero ¿te
importaría acompañarme? Aunque solo sea hasta un lugar en el que me pueda
orientar con facilidad.
Lo miró pensativa y dudó si debía acompañar a aquel
completo desconocido por las calles de aquella zona que, en su mayoría eran
edificios de oficinas. Sin embargo, había algo en aquel hombre que transmitía
confianza y, tras pensarlo unos instantes, accedió a su petición.
-De acuerdo. No tengo nada urgente que hacer, ni me
espera nadie en casa, así que te acompañaré. Además no está muy lejos de aquí.
-Te lo agradezco. Por cierto. Me llamo Samuel ¿Y tú?
-Virginia. Encantada.- Le ofreció su mano y acepto. Sin
embargo, no se conformó solo con aquel gesto. Se acercó a ella y le besó en las
mejillas.
-Un placer Virginia. Al café te invitó yo. Por las
molestias.
Al principio, se negó en rotundo a que pagara su
consumición, pero Samuel no era un hombre que estuviera acostumbrado a recibir
una negativa ni a que le dijeran que era lo que tenía que hacer. Así que, al final se salió con la suya y al
terminar de tomarse lo que cada uno había pedido, salieron a la calle en
dirección al restaurante.
Por el camino, Samuel le contó el motivo de su viaje a
Madrid. Tenía que acudir a diferentes reuniones en su empresa y pasaría ese día
y el siguiente en la capital. También Virginia le comentó a que se dedicaba a
grandes rasgos, ya que la distancia que había desde la cafetería hasta el
restaurante no era muy larga.
-Bueno, Samuel, ya hemos llegado. Éste es el restaurante
que te comentaba. Encantada de haberte conocido.
-Virginia ¿Quieres acompañarme a cenar? No me gusta comer
solo y no tienes planes por lo que me has dicho. Déjame que te invite. Después
de tomarte la molestia de acompañarme, es lo menos que puedo hacer.
-Ya me invitaste al café y, de verdad, que no ha sido
ninguna molestia.
-Por favor, insisto. ¿Prefieres irte a cenar sola a tu
casa en vez de cenar con un completo desconocido al que acabas de conocer? No
eres de hacer locuras ¿Verdad? No soy un psicópata, te lo aseguro. –Bromeó él.-
Solo soy un hombre normal que ha conocido a una chica atractiva y me gustaría
cenar con ella.
Lo miró pensativa mientras decidía si aceptar su
proposición. Nunca había cometido una locura como aquella. Porque para ella,
aceptar su invitación, lo catalogaba como locura en grado máximo. Sin embargo,
aquello quizá podría ser una de las pocas oportunidades que tendría para
disfrutar de la vida. De experimentar algo alocado y añadir algo de color, a su
gris y monótona vida.
-Está bien. Acepto tu invitación. Debo haberme vuelto
loca. –Sonrió nerviosa por encontrarse en una situación en la que jamás se había
visto.
-Bendita locura entonces. Vamos, hace frio aquí fuera y
tengo hambre.
El local se encontraba casi vacío a excepción de unas
pocas mesas ocupadas por alguna que otra pareja y hombres con traje, en lo que
podría ser alguna cena de negocios. El camarero enseguida les acompañó a una
mesa situada en el fondo; en un rincón demasiado íntimo para el gusto de
Virginia.
Les pasó las cartas del menú y tomó nota del pedido.
Mientras esperaban, continuaron hablando de sus vidas y sus gustos. Al final de
la cena, mientras estaban tomando el café, Samuel hizo que ella pegara un
pequeño respingo en la silla al formular una pregunta inesperada.
-¿Cuánto tiempo llevas separada?
-No te he dicho que lo estuviera. –Respondió a la
defensiva.
-No ha hecho falta, aún tienes la marca del anillo en tu
dedo.
De manera instintiva ella clavó su mirada en su mano y
cambió su gesto por uno más serio.
-Va a hacer seis meses. Preferiría hablar de otra cosa si
no te importa.
-Siento haberte molestado. No volveré a preguntarte por
ello. Entonces ¿Cuánto tiempo haces que no disfrutas de buen sexo?
Virginia estuvo a punto de atragantarse con el café y le
miró boquiabierta.
-Creo que mi vida sexual no es un tema por el que debas
interesarte.
-Vamos, vi el libro que estabas leyendo. No me digas que
estando libre y con lo bonita que eres no has tenido sexo en este tiempo.
Aquel comentario hizo que ella se enfadara.
-Un momento. Lo que yo lea, o deje de leer, es solo
asunto mío. Al igual que con quien me acuesto o lo dejo de hacer ¿Te ha quedado
claro? Debería marcharme a mi casa.
-Por favor, discúlpame de nuevo. Pensé que por la
temática del libro también practicabas ese estilo de vida.
Virginia se quedó callada un instante, sin saber que
contestar. No sabía que le había causado más impresión si el hecho de que
hubiera supuesto que, practicaba lo que acontecía en la historia o que él, un
hombre, lo hubiese leído. Sobre todo, porque la literatura erótica y esa
trilogía en particular de una escritora muy conocida que trataba sobre relaciones
liberales, no era la preferida por los hombres.
-¿Sabes de que tratan los libros?
-Los he leído, si. Además lo practico. –Respondió
tranquilo y de forma serena. Todo lo contrario al estado de ánimo de ella en
ese momento.
Abrió desmesuradamente los ojos mirándole como si fuese
el mismísimo demonio quien se encontrara allí sentado a su lado.
-Me acabas de dejar sin palabras. Nunca había conocido a
nadie que… bueno… hiciese eso.
Samuel sonrió divertido por el nerviosismo que
experimentaba ella en aquel instante. Estiró su mano y acarició con suavidad el
dorso de la mano de ella.
Un ligero cosquilleo y excitación ascendió por su brazo, haciendo
que su cuerpo se acalorara y, en especial, entre sus piernas. Respiró hondo y despacio,
procurando serenarse y recuperar el control de su cuerpo, que comenzaba a
desear a aquel desconocido de forma inconsciente.
-Si me dieses la oportunidad, yo mismo te podría mostrar
una parte de mi vida que no te imaginas lo que puede llegar a hacerte sentir.
Jamás habrás tenido unos orgasmos tan intensos como los que te podría dar si me
dejas.
Ahora sí que ella se encontraba en estado de shock. Su
cuerpo y su mente se habían separado en algún punto de aquella conversación.
Mientras su cuerpo se calentaba y humedecía a cada palabra que escuchaba. Su
mente se negaba a escuchar cualquier palabra que tuviese relación con el sexo
para no caer en la tentación. ¿Orgasmos, sexo? Había eliminado aquellas
palabras de su vocabulario tiempo atrás y aquel desconocido, en algo más de una
hora, había hecho resurgir con fuerza todos aquellos sentimientos que había
conseguido bloquear.
-Ven conmigo a mi hotel, no te arrepentirás.
Su boca quería decir no. Su cuerpo pedía a gritos que
dijese que si. Durante los escasos momentos en los que podía pensar con
claridad. Se daba cuenta que jamás había deseado a un hombre con la intensidad
que sentía por Samuel. ¿Y si, tal vez, el estuviese en lo cierto y aquella
fuera la única oportunidad que tuviese para experimentar todo aquello? Nada la
retenía. Solo su pudor y el lógico temor a enfrentarse a aquello que se
desconoce.
Hacía mucho tiempo que había dejado de ser una niña. A
sus 38 años, estaba orgullosa de su estilo de vida independiente y de sus
logros profesionales. Podía hacer lo que quisiera aunque estar sometida toda su
vida a los convencionalismos de la sociedad, la habían hecho descartar que
aquel estilo de vida plasmado en los libros estuviese hecho para ella.
Volvió a pensarlo con calma y adoptó una determinación
con respecto a Samuel.
-Para ti esto será tu vida cotidiana pero a mí me acabas
de descolocar por completo. No estoy muy convencida que no hayas echado drogas
en mi cena pero… mi respuesta es sí. Acepto tu oferta.
-¿Vendrás a mi hotel entonces? No quiero que dudes
Virginia. Si vienes, lo haces libremente, no te estoy obligando a nada. ¿Estás
segura que esto es lo que quieres?
-¿Primero me metes esas ideas en la cabeza y ahora me
haces dudar?
-Por supuesto. Porque no quiero que te arrepientas
después de lo que hagas. Ni tampoco que te sientas utilizada ni empujada a
hacerlo. Solo te pido que si vienes conmigo es porque estás decidida del todo a
hacerlo. Si no es así, continúa tu camino a casa y aquí no ha ocurrido nada.
Samuel estaba concediéndole una última oportunidad para
que se retractara de la decisión tomada ¿Realmente quería olvidarse de todo
aquel asunto? En lo más profundo de su mente, una vocecita le decía que no lo
hiciese y así se lo dijo.
-Lo he pensado bien, bueno todo lo bien que he podido, a
pesar de las circunstancias y sigo pensando que quiero pasar contigo esta
noche.
Sin responder, hizo una seña al camarero para que les
trajese la cuenta. Pagó con su tarjeta de crédito y se dirigieron hacia el
hotel que no quedaba muy lejos de allí. Samuel pasó su brazo por la cintura de
ella atrayendo su cuerpo para darle algo de calor en aquella fría noche de
invierno.
Al girar una esquina, pegó el cuerpo de ella contra la
pared y la besó con dureza.
-No podía esperar a que llegásemos al hotel.
Aquel beso la había dejado con las piernas temblando, la
respiración acelerada y con deseos de que continuara besándola de aquella
manera. Además de una urgencia descontrolada por ser penetrada en aquel mismo
momento.
Aferró su muñeca y aceleró el paso, tirando de ella,
impaciente por llegar cuanto antes al hotel. Al llegar, pasaron por delante de
la recepción y continuaron tranquilos hacia el ascensor donde tuvieron que
seguir disimulando delante de los huéspedes que se encontraban allí con ellos.
Ya dentro de la habitación, se despojaron con rapidez de
los abrigos y Samuel atrajo aquel cuerpo, femenino y seductor, hacia sus
brazos. Virginia le había excitado desde que había entrado en aquella cafetería
y la había visto allí sentada sola y pensativa.
Más que besar, poseía su boca de manera brutal y
apasionada. Sometiéndola a sus deseos y acabando con cualquier duda que ella
aun pudiera tener con respecto a él. Samuel no se molestó ni en desnudarla, la
condujo hacia la cama e indicó que se pusiera a cuatro patas encima de ella.
Virginia no comprendía como podía sentirse tan excitada,
cuando ni siquiera había recibido la menor caricia. Su sexo pulsaba entre sus
piernas deseando recibir una atención que no llegaba.
Se situó detrás de ella y subió la falda hasta las
caderas, para después tirar de sus medias hacia abajo llevándose también su
tanga. Al terminar de sacarle aquellas prendas por las piernas, se volvió a
colocar detrás de ella e, inclinándose sobre su espalda, le susurró en el oído,
mientras deslizaba sus dedos por entrada de su sexo y su clítoris.
-Estás empapada, cariño. Podría metértela entera, ahora
mismo, de una sola vez. Sin preliminares, sin caricias, sin besos que prometan
algo más que una noche de sexo desenfrenado y de lujuria. ¿Es lo que quieres?
¿Deseas que te lo haga de esa manera?
Virginia solo quería apagar aquella creciente necesidad
de tenerle dentro. Sus palabras, acrecentaban el deseo y erotismo de aquella
situación.
-Hazlo. No esperes más. Te necesito dentro de mí. –dijo susurrante.
Tras escuchar sus palabras, Samuel no perdió el tiempo y,
poniéndose un preservativo que sacó de la cartera de su abrigo, se colocó
detrás de ella y la penetró con una salvaje embestida. Continuó haciendo
mientras sujetaba a la muchacha por la cadera con una mano y pasó la otra por
debajo de ella para acariciarle su clítoris.
Estaba enloqueciendo de placer. Sentía su pene muy dentro
de ella, entrando y saliendo, con rudeza, mientras sus dedos excitaban aquel
punto de placer. Se estaba acercando al orgasmo a una velocidad asombrosa.
Jamás había sentido algo tan intenso en toda su vida.
Samuel tampoco podría aguantar mucho tiempo sin alcanzar
el placer. La visión de tenerla semidesnuda, en su poder, mientras la poseía
con fuerza, era irresistible.
Las caricias en su clítoris se volvieron rápidas, al
mismo ritmo que sus envestidas y Virginia se dejó llevar por el placer. Su
vagina se contrajo por el orgasmo que explotó en su interior haciendo que él
también lo alcanzara.
Se quedaron así los dos unos instantes, mientras su
respiración se aquietaba y se recuperaban de aquella liberación que los había arrasado
a ambos. No solo a ella, que era la primera vez que se dejaba llevar por el
deseo de aquella forma descontrolada e irracional. Para él, aquella experiencia
se había convertido en uno de los momentos más excitantes y prometedores que
había vivido.
-Cariño, termina de desnudarte y ve a la ducha. Nos queda
mucha noche por delante.
Sonrió satisfecha y le miró sin dar crédito a sus
palabras.
-¿Me dirás dónde vamos?
-Ya te lo dije. Voy a mostrarte cual es mi estilo de
vida. Pero no quería que la primera vez que tuviéramos sexo fuera delante de
extraños. Si lo has pensado mejor, lo comprenderé. No te obligaré a nada, ni a
hacer nada con nadie que no sea yo. Me limitaré a enseñártelo y que seas tú
quien decida hasta dónde quieres llegar ¿Trato hecho?
-Trato hecho –sonrió satisfecha y, poniéndose de pie
delante de él, comenzó quitarse el resto de las prendas despacio y de forma
provocativa.
Contemplaba como ella le tentaba con aquellos lentos y
sensuales movimientos. Sus pechos eran perfectos, ni muy grandes ni muy
pequeños y se prometió a si mismo que, más tarde, saborearía aquellos pezones
que le provocaban toda clase de pensamientos.
-Como no entres en la ducha de inmediato, vuelvo a
tumbarte en la cama. –Su mirada cargada de deseo hizo, comprender a Virginia
que estaba hablando muy en serio.
Ella soltó una carcajada y se dirigió hacia el cuarto de
baño. Samuel siguió con su mirada aquel provocador cuerpo que ahora mismo
contemplaba de espaldas. Pensándolo mejor, decidió que lo mejor sería
acompañarla en la ducha. Quería recorrer cada centímetro de aquella suave piel
sin demora.
Comenzó a quitarse su ropa mientras pensaba en todas las
cosas que le apetecía hacer con ella. Iba a ser una noche muy larga y empezaba
a tener la sensación que, con ella, no todo acabaría en unas horas. Había sido
toda una sorpresa para él y por una vez en mucho tiempo, se planteó conocer a
una mujer en profundidad y no solo satisfacer sus deseos para olvidarla
después.
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