Empujada
al pasado
Era
una fría mañana de invierno. Me estiré bajo las mantas, me
desperecé, miré el reloj y vi que, efectivamente, otro día más
llegaba tarde. Suspiré y me levanté corriendo en dirección a la
ducha.
Me
aseguré de que el agua estaba templada y me metí bajo el chorro de
agua de la ducha. Una vez dentro, me enjaboné, me aclaré y me lavé
el pelo a toda prisa.
Después
de salir de la ducha, secarme con la toalla todo lo rápido que pude
y vestirme con lo primero que encontré, me puse las deportivas y
salí de casa.
Bajé
los escalones y llegué a la calle. Una vez allí, procuré
apresurarme un poco más y fui andando a marcha rápida hacia la
universidad.
Mientras
iba absorta en mis cosas; deberes, algunas cosas del trabajo y
preguntándome si debería esconderme en la biblioteca de la
universidad o enfrentarme a las miradas mortales de mi profesor de
Lengua, alguien que pasó por mi lado me dio un empujón en el hombro
y, gracias a Dios, solo me hizo tambalearme hacia un lado.
Después
de tocarme el hombro que se había llevado el impacto de una persona
con unas prisas fuera de lo común, me descubrí dirigiendo la vista
hacia atrás y lo único que vi fue una espalda que me hizo abrir
desmesuradamente los ojos adornada con un abrigo negro. Por Dios, si
aquel era el cabrón que me había hecho tambalearme del empujón,
poseedor de una espalda como no había visto ninguna igual, lo que me
extrañaba es no haberme caído al suelo después de semejante
placaje.
Con
gran esfuerzo me obligué a dejar de mirar aquel cuerpo que se
alejaba engullido por la multitud y a mirar hacia adelante, o esta
vez sí que me caería de verdad y no quedaría solo en un susto.
Después
de andar unos cuantos minutos más hacia la universidad, por fin
llegué.
Recorrí
los pasillos a toda prisa, me encaminé hacia el aula y procuré
entrar sin armar mucho revuelo. Después de abrir la puerta,
lentamente me fui hacia el primer sitio libre que me encontré.
El
profesor al darse la vuelta dirigió su mirada hacia mí y yo, como
queriendo hacerme la despistada, me dediqué a sacar mis cosas de la
bandolera que llevaba colgada al hombro. Se me quedó mirando, pero
por suerte no dijo nada. Se conoce que se había levantado con buen
pie... No como yo y mi encontronazo con el señor del empujón.
Me
dispuse a atender en clase todo lo que pude y así pasé la mañana,
entre clases y más clases hasta que llegó la hora de la comida.
Se
me había olvidado decir que mis amigas Mary y Stefanie me
acompañaban a casi cualquier parte. Una de ellas, Stefanie, vivía
por su cuenta. La otra, Mary, era una de mis compañeras de mi piso.
Iban
hablando de su fin de semana. Stefanie se había ido unos días a
visitar a su familia, que era de la zona rica de California... Y Mary
y yo nos habíamos quedado aquí, las dos trabajando en un
restaurante algo coqueto e interesante para la gente guapa de Boston.
—Chicas,
algún día tenéis que venir a conocer a mi familia y a visitar
California, os va a encantar —decía Stefanie con toda su ilusión.
—Iremos
—le aseguró Mary—, pero con los horarios que tenemos en Bon
Appétit no te podemos prometer nada.
Bon
Appétit
era el
restaurante de alto postín en el que trabajábamos ambas para
pagarnos la carrera de periodismo, que no era precisamente barata.
—Espero
que para Navidades nos dé algunos días más libres además de los
que ya tenemos acordados para las fiestas. Nos lo debe —dije
esbozando una sonrisa y con ganas de que llegara la Navidad, aunque
no era una de mis épocas favoritas del año.
—Estoy
contigo, Ashley, pero no sé si podremos cogernos los días las dos
al mismo tiempo, ya sabes que según él —dijo Mary haciendo el
gesto de comillas con las manos para darle más sarcasmo— nos
necesita.
—¡Pues
yo quiero unos días libres! —dije alzando el brazo para darle
mayor énfasis—. Nosotras sí que lo necesitamos —dije con
convicción.
Mary
se echó a reír y Stefanie sonrió.
Después
de decidir en qué mesa nos sentábamos, pedimos lo de siempre para
comer y seguimos charlando. Evité mencionarles el encuentro de esa
mañana con aquel desconocido del empujón... La verdad es que era
una tontería darle tanta importancia a algo que pasa todos los días
en una ciudad como Boston, así que intenté olvidarlo y seguí
hablando con mis amigas hasta que nos tocara la siguiente clase, que
era dentro de una hora.
A
las siete de la tarde salimos y fuimos en dirección al piso
compartido que teníamos cerca de la universidad. Stefanie se vino
con nosotras.
Nos
fuimos cada una a nuestro cuarto. Me puse unos pantalones negros y
una camiseta también negra a la vez que me calzaba unos zapatos
planos para aguantar todo el jaleo que me esperaba en el trabajo.
Cuando
salí, Stefanie estaba sentada en el pequeño sofá frente a la tele
cambiando de canal. Se me quedó mirando y luego miró hacia la
puerta de la habitación de Mary... Ella solía tardar más en
cambiarse que yo.
—Espera
unos minutos, ahora saldrá —dije mirando hacia su puerta yo
también.
Apenas
había terminado de decir la frase cuando Mary salió de su cuarto
con una pose de artista de la televisión que nos hizo sonreír a
todas de oreja a oreja.
—Tachaaaaaán
—dijo extendiendo los brazos.
—Venga,
artista, vámonos de juerga al restaurante —repuse yo medio
riéndome.
—Y
yo que pensaba que nos íbamos a tomar unas copas las tres —dijo
poniendo cara triste.
Me
reí.
—Más
quisieras y más quisiera yo, pero no.
Stefanie
dio una palmada y señaló la puerta.
—Venga,
chicas, cuando menos lo esperéis, habréis acabado el turno y
estaréis de camino a casita.
—Dios
te oiga —dijo Mary.
Suspiré
con ganas y nos fuimos las tres de allí. Stefanie nos acompañó al
restaurante y allí se despidió de nosotras. Luego Mary y yo fuimos
hacia la puerta de los empleados y pasamos por allí.
Dentro,
en las cocinas, había un jaleo sin igual. Los cocineros de un lado a
otro, el chef dando órdenes, Danny aconsejando a algunas camareras
al fondo de las cocinas para no molestar a los que estaban
cocinando... Y al verlo, nos dirigimos hacia allí.
Lo
saludamos las dos con la cabeza a la espera de órdenes de su parte y
éstas no tardaron en llegar.
—Mary,
Ashley, dirigíos a la mesa 2 y 7 respectivamente. Tenéis que
llevarles las bebidas. De momento os dedicaréis a eso, ¿de acuerdo?
Una vez los platos estén listos, podréis ir sirviéndolos.
Asentimos
las dos y cogimos las bandejas que estaban encima del mostrador
repletas de bebidas.
—Bien.
¡Allá vamos! —dijo Mary con seguridad y yo asentí.
Me
dirigí a la mesa 7 con la bandeja cargada y serví las bebidas a
cada uno de los que allí estaban. Era una mesa llena de hombres.
Todos jóvenes, aunque a algunos se les notaban más los años que a
otros... Concretamente había uno que me llamó la atención, pero
solo le dediqué un vistazo. No quería demorarme más de la cuenta
sirviendo las bebidas, ni tampoco tener ningún percance con ellas
delante de los hombres.
El
hombre que me había llamado la atención seguía observándome con
disimulo y yo no pude evitar ponerme un poco nerviosa al notarlo.
Al
preguntar de quién era la copa de vino blanco que tenía en la
bandeja y ver que nadie la reclamaba, ya pensaba que se habían
equivocado al ponerla allí cuando él, con voz grave, dijo:
—Es
mía.
Respondió
sin parar de mirarme y yo, sin poder apartar la vista de él, cogí
la copa como una autómata y la dejé en su lugar. Después de
conseguir despegar mi mirada de él, intenté recuperar la compostura
que había perdido, pues estaba segura de que estaba haciendo el
ridículo más absoluto y eso era algo que no podía ni debía
permitirme.
—En
unos minutos vuelvo con lo que han pedido para cenar. Si me
disculpan, debo marcharme. En un rato estoy con ustedes.
Tras
hacerles una señal con la cabeza, cogí la bandeja y me alejé lo
más rápido que pude. No sabía por qué, pero tenía un nudo en la
garganta y a la vez el corazón me latía acelerado.
Me
apresuré hacia la cocina, entré casi corriendo y me apoyé en la
encimera que había libre.
Danny,
que me vio, se apresuró hacia mí con cara de preocupación.
—¿Te
ocurre algo? Has entrado muy rápido y casi sin parar.
—No,
no es nada, es solo que estoy un poco agobiada.
—Sabes
que si ocurre algo, puedes decírmelo. Soy algo exigente con
vosotras, pero es que quiero que todo vaya bien, ya lo sabes.
—Lo
sé, no tienes de qué preocuparte, Danny. Estoy bien.
—De
acuerdo.
Me
dio un apretón en las manos y decidió dejarme sola unos minutos. Al
rato vino Mary y se me quedó mirando también con cara de
preocupación. Joder, ¿es que ahora soy un libro abierto o qué?
—¿Te
pasa algo?
—No.
Se
me quedó mirando con cara de extrañeza, pero decidió no indagar
más.
—¿Qué
tal con la mesa 7?
—Bien.
Les he llevado sus bebidas y me he venido a ver si pronto están
listos los platos que han pedido. ¿Y tú qué tal con la 2?
—Bien
también. Era un matrimonio con ganas de cenar una noche fuera de
casa, o eso me ha parecido.
Después
de que me diera esa respuesta, me dieron ganas de tirarme de los
pelos. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil para mí y tan
fácil para los demás?
Pero
sin quejarme, esbocé una sonrisa y esperé a que trajeran la cena de
los señores de la mesa 7.
Al
rato volví, esta vez con los platos que habían pedido para cenar e
intenté tranquilizarme. Ese hombre me ponía muy nerviosa.
Le
serví a cada uno su plato con una sonrisa y una tranquilidad que ni
yo misma sabía de dónde había salido. Hasta que llegué a donde
estaba él. Sin saber por qué, se me ocurrió dirigir la mirada
hacia su espalda y fue entonces cuando, como si de una película se
tratara, me acordé del empujón de esa mañana y del cabrón que me
lo había dado.
El
hombre enigmático, que estaba a mi izquierda, ahora me estaba
mirando abiertamente con una media sonrisa en la boca. Me hacía
sentir como si supiera lo que justo se me había pasado por la cabeza
hace apenas unos instantes.
—Aquí
tiene. Buen provecho —dije con la voz ligeramente ronca y dejé el
plato en la mesa como si quemara.
Y
con una inclinación de cabeza y una ligera sonrisa me fui. Estaba
deseando alejarme de allí, aunque al mismo tiempo, me hubiera
gustado estar más tiempo cerca de él... Lo que era una tontería
porque no lo conocía de nada.
Casi
una hora después los hombres de esa mesa me hicieron una señal
pidiéndome la cuenta. Fui hacia la cocina, saqué la cuenta y la
dejé sobre la mesa al tiempo que me retiraba.
Apenas
me había dado la vuelta cuando el hombre enigmático, como lo había
bautizado para mis adentros, me llamó.
—Señorita
—me dijo sin alzar la voz, pero con autoridad al mismo tiempo, y me
acercó su tarjeta de crédito.
La
pasé por el datafono que tenía en una alacena cercana y se la
entregué.
—Aquí
tiene. Buenas noches.
—Buenas
noches —dijo como si nada.
Me
fui de allí y seguí con mi turno, aunque mi cabeza seguía
recordando a aquel hombre con todo detalle.
Al
rato los vi marcharse en un descanso que me tomé y, no sé por qué,
pero eché de menos que se quedaran, sobre todo él. El hombre
enigmático.
Al
terminar el turno, Mary y yo cogimos nuestros abrigos y salimos a la
calle. Hacía bastante frío, quedaban solo unas semanas para Navidad
y se notaba, y no solo en las luces que adornaban las calles.
Bajábamos
los escalones hablando cuando un brazo me cogió por el codo y yo me
sobresalté.
Mary
se giró a la vez que lo hacía yo y al hacerlo me topé de frente
con él.
—¿Quién
es usted? ¿Y qué quiere?
Puso
el modo interrogatorio ON, pero él no se achantó.
—Perdone
señorita, pero me gustaría hablar con su amiga un momento.
—¿Le
conoces? —me preguntó Mary con mirada inquisitiva.
«La
verdad es que no» quise contestar, pero se me adelantó.
—Nos
hemos conocido dentro, en el restaurante, mientras ella nos servía
la cena.
«Menudo
mentiroso está hecho», pensé.
Ella
seguía siendo escéptica, y yo también, la verdad. ¿Para qué
querría hablar conmigo?
E
hice una tontería. Lo sabía incluso antes de abrir la boca y
pronunciar las palabras.
—Está
bien, Mary, no te preocupes. Hablaré con el señor unos minutos y
luego volveré a casa.
—¿No
quieres que te espere? —preguntó ella sorprendida.
No
me extrañaba nada su actitud, yo no solía hablar con cualquiera así
como así.
—No,
Mary. Hace mucho frío y te aseguro que puedo volver sola a casa.
—De
acuerdo —desistió y se acercó a darme dos besos, pero antes le
echó una mirada recelosa a aquel hombre.
Se
fue y, mientras la veía alejarse, me volví con repentino interés.
—¿Se
puede saber qué quiere? Usted y yo no nos conocemos de nada.
Se
me quedó mirando y me acercó la mano.
—Eso
tiene arreglo. Me llamo Marc Wilder y me gustaría conocerla.
No
daba crédito. ¿Me estaba tomando el pelo?
—¿Me
hace despedirme de mi amiga en plena noche para presentarse? —Se me
escapó una sonrisa al darme cuenta de la situación tan ridícula
que estaba viviendo.
Él
esbozó una sonrisa también.
—Perdone,
es que no sabía si volvería a verla y quería hablar con usted.
—¿Tan
urgente es?
—Sí.
No puede esperar.
Fruncí
el ceño y antes de poder hacerle otra pregunta más, me cogió del
brazo y me acercó a él. Noté una corriente eléctrica que me subía
por el brazo hacia el hombro y me recorría entera. Su aliento me
llegaba a la barbilla y me acogió en sus brazos. Estaba tan a gusto
allí que no me estaba percatando de nada de lo que pasaba a mí
alrededor, pero debía apartarme antes de empezar a perder el juicio.
Porque sabía que si seguía abrazada a él lo haría y aún no sabía
quién era ni qué quería.
—¿Esto
es lo que no puede esperar? —pregunté incrédula.
Me
miró y yo me percaté de que esos ojos de color caramelo me
estudiaban muy atentamente. Parece que tenía un don para quitarme la
facilidad de palabra cuando lo tenía cerca. A pesar de ser un
desconocido para mí.
—No.
Lo que no puede esperar es esto.
Se
abalanzó sobre mi boca y me besó. Pero no era un beso cualquiera.
Era apasionado y a la vez tierno, amoroso pero sensual. Y yo le
respondí. Parece que mi conciencia y mis sentidos se habían
separado e iban cada uno por su lado. Mi conciencia me decía que me
apartara, pero mis sentidos parece que le reconocían como una parte
de mí.
Le
besé, metí la lengua en su boca y le saboreé. Él subió las manos
por mi espalda y me cogió de la nuca con sus manos cálidas, algo
que me hizo exhalar un suspiro. Me saboreaba de una forma lenta y
tranquila, algo totalmente contrario a lo que yo sentía... A mí me
podía la urgencia y el deseo.
No
sé de dónde saqué las fuerzas para despegarme de él ni de su
beso, pero lo hice. Me quedé mirándole con la respiración agitada
y sin saber qué hacer, pues mi cerebro seguía abotargado.
Él
se lamió los labios, distrayéndome una vez más.
—Tenía
razón. Es usted tan deseable como imaginaba.
No
podía creerlo. ¿Es que se le había ido la cabeza?
—¿Quién
es usted? —pregunté, esta vez enfadada.
No
me refería a su identidad ni al nombre que le habían puesto al
nacer. Me refería a algo mucho más profundo.
—No
puedo contestarle a eso, pero sí sé muchas cosas de usted y me
gustaría seguir conociéndola. Espero que usted quiera conocerme a
mí también.
Y
seguía con el usted, a pesar de que me había besado hasta casi
tocarme el alma. No lo entendía y me daban ganas de irme y no
volverle a ver nunca, pero sabía que me podía la curiosidad.
—Dígamelo
o «usted» y yo no volveremos a hablar nunca más.
Me
estaba marcando un farol y lo sabía, pero necesitaba respuestas y
esa manera de responder podía con mi paciencia.
—Demos
un paseo por los alrededores y se lo explicaré.
Lo
miré incrédula.
—Está
bien. Sé que no se fía de mí, así que llame a su amiga y si
dentro de un cuarto de hora no le ha devuelto la llamada, ella tendrá
permiso para llamar a la policía si así lo cree oportuno.
Seguía
sin fiarme de él, pero decidí hacer lo que sugirió.
Llamé
a Ashley, le conté lo de avisar a la policía si en quince minutos
no la había llamado, colgué y lo miré. Él esbozaba una sonrisa.
—Supongo
que podemos empezar nuestro paseo.
Asentí
y nos alejamos caminando del restaurante.
Algo
más tarde carraspeé e intenté volver a sacar el tema. Pero él se
me adelantó.
—Me
llamo Marc Wilder. Soy economista. Tengo veintiocho años recién
cumplidos. Supongo que esto no te servirá de mucho, pero ¿y si te
digo que tú y yo nos conocimos cuando eras pequeña y que conocí a
tu padre? ¿Te acuerdas de Industrias Morgan?
Me
paré en seco. Por supuesto que me acordaba. Era la empresa propiedad
de mi padre cuando era pequeña. Pero de conocer a mi padre a
conocerme a mí había un trecho.
—Sí,
conocías a mi padre, pero no me conoces a mí.
—En
eso te equivocas, coincidimos mucho y fui tu compañero de juegos las
veces en que tu familia y la mía se juntaban. Yo solo tenía unos
años más que tú y era un chaval solitario, pero tú eras todo lo
contrario. Eras alegre, risueña, vivaz y siempre andabas correteando
de un lado para otro. —Él esbozaba una sonrisa mientras recordaba
y me lo quedé mirando—. Me volvías loco con tu carácter y tu
impetuosidad, pero recuerdo que me encantaba. Después pasó lo de la
empresa y lo de tu padre y ni yo volví a saber de ti, ni tú de mí
por lo que parece.
Lo
miré. Ahora entendía muchas cosas, pero no todo. Entre otras cosas
la escena del empujón de aquella mañana. Pues estaba segura de que
había sido él; no me hacía falta mirarle la espalda para saberlo.
—¿Y
qué fue de ti? —dije porque fue lo único que se me ocurrió
preguntarle. Cómo lo vivió él, aunque yo no quería recordar cómo
lo pasé yo con todo aquello.
Me
miró y volvió a sonreír. Si me hubieran dicho que de pequeño este
hombre tan sonriente sería el chico triste y solitario que
recordaba, no me lo hubiera creído.
—Mi
padre, mi madre y yo nos fuimos a Nueva York. Nos cansamos de vivir
en Nueva Jersey y de ver aquella empresa abandonada y todo lo que
había sido, así que nos fuimos a vivir a otra parte lejos de los
recuerdos, que no eran malos, pero ya sabes que para nosotros fue
diferente de lo que fue para ellos. —Asentí porque de veras
entendía cómo se sentía—. Nos instalamos en Queens y allí
vivimos hasta que me tocó ir a la universidad. Mis padres tenían
algunos ahorros para que yo fuera y acabé en Boston estudiando
Ciencias Económicas. Hice mis pinitos de camarero y cartero hasta
que acabé la carrera y ahora soy uno de los economistas más
reconocidos de mi gremio. Estoy orgulloso de mi vida, pero siempre me
pregunté qué fue de ti y de tu familia. Qué pasó con vosotros.
Aparté
la mirada. Sabía lo que había pasado y él también sabía la parte
más importante, pero no quería desenterrar los recuerdos, así que
cambié de tema.
—Creo
que están cerca de acabar los quince minutos y nos hemos alejado
bastante de donde está el restaurante.
Él
asintió y dimos la vuelta. Saqué el móvil del bolsillo y llamé a
Mary. Le aseguré que me encontraba bien y le prometí que dentro de
un rato estaría por allí, pero le pedí que no me esperara.
Cuando
solo nos quedaban unas calles para llegar al restaurante, él me paró
en seco y se me quedó mirando. Parece que quería decirme algo, pero
no le llegaban las palabras... O es que quizá no sabía cómo decir
lo que quería decirme.
—Ashley...
—me dijo en un susurro, mirándome a los ojos con intensidad.
Le
respondí con un silencio, esperando que eso lo animara a hablar.
—¿Te
gustaría pasar la noche conmigo? —me miró esperanzado—. Quiero
decir, no quiero que te acuestes conmigo ni nada, solo que pasemos la
noche juntos. Hablando, haciéndonos compañía, lo que quieras.
Parecía
mentira que un hombre tan imponente como aquél tuviera esa vena
insegura e indecisa por momentos. Me provocaba ternura y me dieron
ganas de sonreír por lo paradójico del momento, pero no lo hice. Me
mantuve a la espera.
—¿Qué
me dices? —esta vez me lo preguntaba con una sonrisa en la boca—.
Prometo no violarte.
Después
me guiñó un ojo.
A
mí se me escapó una carcajada ante ese comentario tan inesperado.
—De
acuerdo. No me lo digas dos veces o tendré que llamar a mi abogado
—le aseguré de broma.
Me
cogió la mano y toda la camaradería desapareció. Solo quedó un
deseo que nos envolvía y una corriente eléctrica que empezaba a
reconocer cada vez que me tocaba.
Él
parece que también notaba ese efecto y me acerqué, me puse de
puntillas, dejé que el aliento se me escapara junto a sus labios y
cuando entreabrió la boca, giré la cabeza y le susurré al oído.
—Vayamos
a tu casa. Quiero pasar la noche contigo —le aseguré en un susurro
que, por la reacción que tuvo, parece que le puso la carne de
gallina.
Se
puso en marcha y me tiró de la mano a la vez que se ponía a correr.
Al ver que él se alejaba y no le seguía, se paró y me miró.
Sonreí y le guiñé el ojo, entonces me puse a correr y le adelanté.
Así
fuimos hasta su casa, que quedaba a solo unas cuantas calles del
restaurante.
Llegamos
al portal, introdujo la llave en la cerradura y entramos. Nos metimos
en el ascensor, él se llevó las manos en los bolsillos y yo me
dediqué a mirar los números hasta que llegamos a la última planta.
Luego me abrió la puerta y me invitó a pasar.
La
cocina estaba a la derecha según entrabas por el recibidor y se
dirigió directamente a ella.
—¿Quieres
algo de comer? Supongo que no habrás cenado.
—No,
gracias, no tengo hambre.
—Tengo
preparados unos cuantos sándwiches por si me entra el hambre por la
noche. Puedo sacarte uno.
Se
giró y sacó de la nevera una fuente con cuatro sándwiches. Dos
vegetales y dos de pollo. Yo me cogí el vegetal.
Sonrió
satisfecho.
—Que
aproveche.
—Gracias
—dije con un trozo en la boca.
No
me había dado cuenta de que desde la comida no había probado
bocado.
Después
se sentó a la mesa de la cocina y se me quedó mirando.
—¿Qué?
—pregunté sintiéndome algo violenta.
—Nada.
Solo te observaba. Hacía mucho que no tenía el placer de hacerlo
—dijo en voz baja.
Dejé
el sándwich en la encimera y le observé yo también. Nos enzarzamos
en una batalla de miradas.
—Come
—dijo él señalando con un dedo el sándwich.
—Poco
a poco —dije, sin saber si me refería al sándwich o a nosotros
dos.
Siguió
mirándome y fui dándole pequeños mordiscos al sándwich hasta que
lo terminé. No sé ni cómo pude seguir comiendo bajo su mirada
observadora. Era tan profunda a veces que daba hasta miedo.
Ahora
que había acabado mi sándwich, podía dedicarme a observarle a
gusto. De pequeña le recordaba bastante guapo, pero ahora mejoraba
los ya buenos recuerdos que tenía de él.
Tenía
el pelo tan negro como lo recordaba, pero mucho más largo. Le rozaba
el cuello y le caía en cascada por la frente enmarcando su cara. En
el restaurante me pareció que tenía los ojos marrón caramelo, pero
en realidad eran del color del caramelo fundido. Un marrón
hipnotizante. Una ligera sombra de barba le cubría la boca, pero
apenas se apreciaba si no estabas a una distancia corta. La nariz era
recta y, bueno, qué decir de su cuerpo... Me hubiera gustado
observarlo más a fondo, pero no podía arriesgarme a incomodarle con
mi actitud, así que por ahora marcaría el límite en su cuello.
Mientras
lo observaba, él no dejaba de mirarme a mí. Me sobresaltó al
apartarse del taburete en el que se había sentado mientras yo comía
y rodeó la mesa blanca hasta llegar a mi lado. Me ofreció la mano y
yo me la quedé mirando sin saber qué hacer, si cogerla y tirarme a
la piscina de una vez por todas u obviarla y hacer como que no me
estaba invitando a algo.
Me
decidí por lo primero, le cogí la mano y él, de un tirón, me hizo
levantarme del taburete. Nos quedamos a menos de un dedo de distancia
entre nuestros cuerpos y me hizo dar una vuelta. Al terminar de dar
la vuelta me acercó otra vez a su cuerpo y, cogiéndome por las
caderas, me alzó hasta pegarme a él. Nos miramos frente a frente,
nariz con nariz y con la boca casi rozándose.
Lo
agarré con las piernas y él levantó una mano y me acarició la
mejilla suavemente. Estaba atrapada en su mirada. No podía apartar
la vista de él y tampoco quería hacerlo. Volví la cabeza hacia
donde su mano me estaba acariciando y cerré los ojos.
Dejé
que siguiera acariciándome hasta que no pude más, me aproximé a su
boca y le besé. Me respondió con un beso dulce que se fue volviendo
más apasionado a medida que nuestras lenguas se enredaban, a la vez
que dejábamos escapar pequeños gemidos de placer.
Echó
a andar en dirección al sofá y, mientras, nuestras bocas no se
separaban. Parece que habíamos estado tanto tiempo separados que
todas esas ganas de reencontrarnos se habían transformado en un
deseo que estábamos ansiosos por satisfacer.
Me
tumbó en el sofá al mismo tiempo que se recostaba encima, pero
sujetándose por las manos para no cargar todo su peso sobre mí.
Terminó
el beso y se quedó de nuevo mirándome. Me hubiera gustado tanto
saber qué está pensando... de mí, de nosotros, de lo que estaba
pasando ahora, pero parece que sus ojos y todo su rostro hablaban por
él.
—Estaba
deseando hacer esto —dijo sorprendiéndome.
—¿Ah,
sí? —dije con una pequeña sonrisa.
—No
sabes cuánto. Quería hablar contigo urgentemente. Pero ante todo,
después de hablar contigo, tenía la esperanza de que pudiéramos
estar... —dejó la palabra en el aire y después de soltar un
suspiro, añadió— juntos.
Alcé
las manos y le acaricié el pelo que le caía a los lados de la
frente.
—¿No
decías que no querías acostarte conmigo? —le dije de broma.
—Eso
era una mentirijilla para conseguir pasar más tiempo contigo.
—Confiaba
en que te arrepintieras de tu promesa de no acostarte conmigo
—confesé.
—Y
yo confío en romperla hoy, contigo. —Se acercó y me dio un beso
en los labios.
Le
respondí alzando la cabeza y le besé con todo el deseo que me
inspiraba.
Cuando
separamos nuestros labios, salí de debajo de él. Le empujé para
que se tumbara en el sofá y me puse encima. Ansiaba sentirlo debajo
de mí, dentro de mí, a mi alrededor.
—Tú
me has encontrado, pero la que te tiene a su merced soy yo —le dije
con una sonrisa perversa en los labios y él sonrió de oreja a oreja
al oírlo.
—Soy
todo tuyo, mi amor —respondió con un susurro.
Ese
apelativo cariñoso hizo que me deshiciera por dentro, pero no quería
hacerme ilusiones. Por lo pronto, quería pasar una noche inolvidable
a su lado y no me cabía duda de que lo sería.
No
me cansaba de besarle. Él respondía, pero me dejaba hacer lo que
quisiera. Se había tomado en serio lo de tenerlo a mi merced y me
alegraba por ello.
Botón
a botón, aumentaba nuestro deseo, y yo no deseaba otra cosa que
quedarme así para siempre, con él debajo de mí.
Le
terminé de quitar la camisa y la tiré al suelo sin preocuparme
demasiado por ella. No me importaba, solo me importaba él. Le besé
aquellos pectorales musculosos mientras sus brazos se tensaban por el
placer. Me alegraba poder afectarle tanto, ya que él ejercía un
efecto parecido en mí.
Fui
bajando poco a poco por su pecho dándole pequeños besos cargados de
pasión y, cuando llegué a su ombligo, le besé aquella zona y
dirigí mi mirada hacia arriba. Tenía los ojos entrecerrados, pero
no se perdía detalle de todo lo que hacía.
Cuando
fui a desabrochar su bragueta, puso las manos en las mías y me paró.
Acto seguido, me quitó la camiseta negra que llevaba y me contempló
mientras me quedaba en sujetador frente a él, mirándolo desde
arriba.
Dirigió
las manos al cierre y lo soltó, lo tiró por ahí y fue directo a
besar mis pechos. Lo hacía tan bien que cerré los ojos y gemí. Él
se incorporó por los codos a la vez que dirigía las manos hacia
abajo y me soltaba el botón del pantalón. Después bajó la
cremallera y, de pie, me terminó de quitar los pantalones mientras
se sentaba en el sofá.
Me
dejó solo las braguitas de color negro y me puso sobre su regazo.
Ahí pude notar lo excitado que estaba y lo mucho que me deseaba.
Casi no podía contener las ganas de arrancarle el pantalón y
sentarme encima con su erección dentro de mí, pero debía esperar.
Él me pedía calma y yo se la daba, aunque me costase.
Yo
ya estaba húmeda cuando puso la mano encima de mis braguitas. Me
sonrió y me besó. Empezó a mover el dedo por el centro de mi ser y
casi grité de placer. Le urgí a que metiera la mano dentro de mis
braguitas y me acariciara sin la tela de por medio, pero no quiso. Me
estaba volviendo loca y no me dejaba liberarme. Pero él tenía un
plan.
Después
de torturarme algo más con sus dedos, bajó las manos y tiró de mis
braguitas hacia abajo, me las quitó y me sentí liberada. Me tumbó
en el sofá e hizo que abriera las piernas de par en par para él.
Dejé
que me observara mientras veía cómo dirigía la mirada hacia mi
vagina.
Se
aproximó y se puso de rodillas con la cara mirando hacia mi sexo. Me
miró desde allí mientras yo esperaba a ver qué era lo próximo que
haría. Sacó la lengua y me dio un lametón muy intenso en el
clítoris. Me retorcí de placer a la vez que ahogaba un gemido. Y se
dedicó a adorarme. O al menos así lo sentí yo.
Alternaba
mordiscos en mis muslos con lametones en el clítoris y yo sentía
que podría derretirme bajo su boca. Aumentó la velocidad al tiempo
que yo movía mis caderas con frenesí. Sentía que estaba cerca del
orgasmo, muy cerca, pero no podría llegar si él no me lo permitía.
Me penetró con la lengua y con los dedos me pellizcó el clítoris.
Ese fue el principio del fin.
Grité
con todas mis fuerzas y me sacudí. Fue un orgasmo que me recorrió
entera, me dejó temblorosa y con el corazón acelerado.
Tras
pegar un grito de liberación, me miró y vio como me derretía por y
para él, pero antes de que yo terminara de temblar, me dio un beso
en el vientre mientras esperaba a que me tranquilizara.
Cuando
conseguí dejar de gritar, lo miré y vi que estaba satisfecho por lo
que me había hecho sentir.
Me
besó con ganas y abrió completamente la boca al tiempo que lamía
mis labios profundamente. Se sentó en el sofá y me puso en su
regazo, una posición en la que habíamos estado unos minutos antes.
Luego se dedicó a acariciarme por todas partes como para comprobar
que yo estaba bien después del orgasmo.
—No
hace falta que me mimes tanto —le dije, no quería que se sintiera
culpable.
—Quiero
mimarte, te guste o no
—dijo convencido y me dio un beso en la boca para reafirmarlo a la
vez que me regalaba tiernas caricias por todo mi cuerpo.
Al
poco rato, me alzó mientras con la mirada me pedía permiso para
penetrarme. Asentí con la cabeza.
Me
penetró poco a poco mientras me miraba a los ojos y yo le devolvía
la mirada. Cuando lo tuve dentro de mí, le dediqué una media
sonrisa, me alcé y volví a caer sobre él al mismo tiempo que él
echaba la cabeza hacia atrás intentando no cerrar los ojos. Repetí
la misma acción varias veces hasta que me cogió por las caderas y
me alzó y me bajó sobre él unas cuantas veces. Se me empezó a
poner la voz ronca a medida que gemía y él aumentó la velocidad de
los movimientos al notar mi reacción.
Después
de unas cuantas embestidas más, ambos gritamos y se derramó dentro
de mí a la vez que yo gemía y gritaba por el orgasmo. Me besó la
mejilla y me tomó la boca para absorber mis gemidos. Alcé las manos
a sus hombros y le abracé mientras ambos recuperábamos la
respiración. No me quitaba ojo y yo no apartaba las manos de él.
Poco
después, al ver que me estaba quedando dormida, se levantó y me
llevó al dormitorio en sus brazos. Le agradecí el detalle en
silencio porque estaba tan cansada que no podía ni hablar.
Abrió
la cama con una mano mientras con la otra me sujetaba y me tumbó con
delicadeza. Se tumbó a mi lado, me abrazó y yo me acurruqué junto
a él. Se estaba tan bien así... No quería pensar en que mañana me
tendría que ir de su lado porque en el fondo no quería separarme de
él, pero debía hacerlo.
—Que
descanses, mi niña.
No
pude responderle. Le dediqué un murmullo para hacerle entender que
le había oído y me dormí.
No
me di cuenta de que después de eso susurró junto a mi oído un «te
quiero».
A
la mañana siguiente, me desperté con tiempo. Me giré y le vi.
Dormía profundamente arropado con el edredón y sentí que no podría
separarme de él si le viera despierto así que, sin hacer ruido, me
dirigí hacia el salón donde estaba toda nuestra ropa tirada de
anoche y la cogí.
Poco
a poco me vestí y me peiné el pelo con las manos. El abrigo creo
que me lo dejé en la silla de la cocina, así que me dirigí hacia
allí para cogerlo. Lo miré todo por última vez. Sabía que después
de esto me odiaría, pero debía hacerlo. Debía sacar las pocas
fuerzas que me quedaban para irme y sería más fácil si no lo viera
de frente, con su hermoso rostro y sus ojos mirándome.
Le
dediqué un último vistazo a todo, con lágrimas en los ojos al
mirar hacia el sofá en el que estuvimos anoche y, con todo el dolor
de mi corazón, me di la vuelta en dirección a la puerta y dirigí
mis pasos hacia la salida. Lo echaría mucho de menos, pero cada uno
debía seguir su camino y sabía que yo no era el suyo.
Salí,
cerré la puerta con cuidado para no despertarle y me marché.
Cuando
salí del edificio, marqué el número de Mary y ella respondió al
momento.
—¿Ashley?
—dijo ella con voz preocupada—. ¿Te ha pasado algo? Dijiste que
vendrías y luego no lo hiciste.
—Lo
sé. Perdóname, Mary —dije con la voz entrecortada por el nudo que
tenía en la garganta—. Ahora iré para allá, espérame, necesito
hablar contigo y contarte... —hice una pausa sin saber cómo
describirlo— todo.
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