La palabra que empieza por “A”
Apagué
el despertador de un manotazo, la cabeza me dolía horrores y tenía la boca como
si me hubiese tragado un estropajo de esos de aluminio. «Maldita la hora que le
hice caso a Eduardo»
—Anímate
tío, será solo una hora. Tomamos una copita y para casa —me dijo.
Pero
una hora se transformó en cuatro y una copa en..., ya ni me acuerdo, perdí la
cuenta cuando llegó la rubia de piernas largas y pechos enormes. ¿Por cierto,
que pasó con la rubia? Al volverme en la cama lo averigüé, ahí estaba,
desnudita como Dios la trajo al mundo. Me quedé atontado mirando como esos
enormes globos subían y bajaban conforme respiraba. «Madre mía, que maravilla»,
sabía que una sonrisa se dibujaba en mi cara, pues me sentía en la gloria.
Me costó
regresar a la realidad y levantarme, pero era necesario. La rubia se tenía que
marchar, si se quedaba después de pasar la noche corría peligro, podía pensar
que lo nuestro tenía futuro, que podíamos quedar algún otro día, pasear cogidos
de la mano, hacernos arrumacos a la luz de las velas... solo pensarlo se me
ponía la carne de gallina. Desde hacía tiempo lo tenía muy claro, nada de
novias, pareja, compromiso. Lo mejor era despertarla, con sutileza despedirme
de ella y mandarla a su casa, eso sí claro, con un buen sabor de boca.
Dejé
caer mi cabeza sobre la almohada al recordar lo que esa mañana me esperaba, una
jornada completa con la fotógrafa más odiosa, engreída y petarda.
—Es
la mejor y sus campañas son las que más éxito tienen —me repetía Eduardo, mi
mejor amigo y mánager, una y otra vez.
—Pero
es horrible trabajar con ella.
—Lo
sé.
—Si
lo sabes, ¿por qué siempre terminas firmando con ella? Claro como tú no tienes
que aguantarla...
—El
que paga manda y esta campaña es muy importante —y así se terminaba la
discusión. El cliente es quién pone las condiciones y yo simplemente soy el
modelo, ni pincho ni corto. Me limito a colocarme delante de la cámara, posar,
moverme y obedecer las órdenes de una maniaca obsesiva, como es Rania Peña.
Lo
único que me consolaba era pensar que esta iba a ser mi oportunidad de oro. Arthel una nueva marca de perfumes francesa que hacía
tan solo un año había irrumpido en el mercado internacional como un vendaval,
había confiado en mí para su nueva campaña. En navidades lanzaba su nuevo producto Désir y yo sería la imagen masculina de
su perfume. Era la oportunidad que estaba esperando. Llevo tres años trabajando
como modelo y en España he conseguido un prestigio, pero con Désir me lanzaría al mercado internacional
y eso suponía hacerme con más trabajos.
Aunque
todavía faltaban cinco meses para la navidad, habíamos comenzado a prepararlo
todo. Lo primero eran las fotos y más tarde viajaría a alguna isla paradisiaca
para grabar el spot.
A
duras penas consigo levantarme y la rubia abre los ojos y me mira.
—Hola
guapo —me sonríe mientras me acaricia el pecho.
—Hola...
—dudo, ¿cómo se llama?, joder no me acuerdo —preciosa. Tengo que irme a
trabajar.
«Así
que levántate y vístete»
Pero
ella tiene otra idea y se sienta a horcajadas sobre mí.
«No,
no, no, no puedo. Llegaré tarde»
Me
levanto con ella adosada a mi cuerpo y la dejo con delicadeza sobre el suelo.
—Lo
siento mucho.... —no me viene a la cabeza su nombre —preciosa, tengo prisa.
Ella
hace pucheritos e intenta volver a mis brazos.
—No
pasa nada si llegas un poco más tarde.
Después
de casi media hora de tira y afloja consigo que se marche. Me da su teléfono y
me dice que la llame. Lo anoto aunque sé que nunca lo marcaré, una noche
increíble, vamos eso creo, porque la verdad no recuerdo muy bien, pero con
nunca he tenido suficiente.
Ducha,
café y a la calle. Estamos en Julio, son solo las diez de la mañana y ya hace
un calor agobiante. Menos mal que mi sueldo me permite tener un buen coche de
esos de gama alta con todas las comodidades y un climatizador potente.
El
tráfico que normalmente es denso a estas horas de la mañana, con esto de que la
mitad de los españoles están de vacaciones, es sorprendentemente fluido, así
que en tan solo media hora llego a mi destino.
El
despacho de Rania está en la última planta de uno de los edificios más altos de
Madrid. Lujoso, amplio y muy iluminado, el estudio es un gran espacio diáfano
donde la fotógrafa tiene sus cámaras, trípodes, focos y demás atrezo.
Llamo
a la puerta y me recibe muy sonriente Rosa. Algo se remueve dentro de mí, la he
recordado tantas y tantas veces.
—Hola
pimpollo —me dice y se lanza a mi cuello. Me arrea dos sonoros besos y me
abraza con fuerza.
Hace
mucho que no la veo pero siempre nos hemos llevado muy bien. Es la chica más
dulce y cariñosa que conozco. Divertida y una conversadora de lo más amena.
También es la pobre esclava que Rania explota con todo tipo de trabajos y con
un sueldo que dan ganas de llorar.
Con
tan solo veinte añitos dejó su pequeña aldea de Asturias y vino a Madrid para
conseguir su sueño: ser una de las mejores fotógrafas. Trabajar para la arpía
le está dando una experiencia y prestigio que seguramente le lleve con el
tiempo a lo más alto.
La
separo de mi cuerpo para admirar lo guapa que está. Es muy pequeñita y delgada,
pero su mirada azul es tan profunda y avispada que conquista con solo una
mirada.
— ¡Estas
preciosa! —. Beso sus mejillas y ella sonríe.
—
¿Cuánto hace que no nos veíamos?
—Desde
agosto, ¿recuerdas?, fuimos a la terraza de tu amigo hippie..., ¿cómo se llama...?
—Juan,
se llama Juan —suelta una melodiosa carcajada y posa su mano sobre mi mejilla
con cariño. No puedo lo puedo evitar, se me pone la carne de gallina. Esa
caricia me encanta y deseo más. Me aprieto contra su mano y nos miramos con
intensidad, una rara y extraña conexión se apodera de nosotros. Rosa y yo
siempre nos hemos llevado muy bien, pero esta sensación es extraña, nueva y
especial.
—Hola
Arturo—. La bruja rompe la magia y yo respiro tranquilo, por una vez ha servido
para algo.
«
¿Qué narices me pasa?» Me retiro con disimulo, no me gusta lo que estoy
sintiendo e intento evitarlo.
—Hola
Rania—. Me da uno de esos besos que se dan al aire, se agarra de mi brazo y
juntos seguidos por Rosa entramos en el estudio.
Todo
está preparado; los focos, el fondo, las cámaras.
—Te
voy a presentar a Marieta, es la modelo que el cliente ha elegido. Ella será tu
pareja.
Entonces
reparo en una morenaza con unas piernas largas y perfectas que al entrar
nosotros se levanta del sofá.
—Marieta
Antunez —le dice Rania— te presento a Arturo Sanz.
Nos
damos dos besos y nos miramos con interés, estrictamente profesional, jamás he
tenido, ni tendré un lío con una compañera, eso solo trae problemas y más
problemas.
—Bueno
queridos, ya os conocéis, así que comencemos a trabajar.
Como
era de suponer y ya que el nombre del perfume es Désir tenemos que estar casi desnudos. Los dos nos quitamos la ropa
y antes de situarnos delante de la cámara la maquilladora retoca a Marieta y
Rosa se acerca a mí con un bote de crema.
—Tengo
que darte un poquito de esto. —Mueve el bote, se unta las manos y comienza a
darme el aceite por el pecho.
Un
acto que nunca me ha supuesto ningún tipo de reparo, pues en muchas ocasiones
se utilizan aceites y maquillajes para el torso, en esta ocasión es toda una
tortura para mí. Sus manos pequeñas y blancas se deslizan por mi torso y aunque
sé que ella no pretende que sea una caricia, yo lo siento como si lo fuera y no
puedo evitar disfrutar como un idiota.
—
¡Yo lo haré! —le quito el bote de la crema y me separó de sus manos, si
continúo así se dará cuenta de mi excitación. Ella me mira con cara de
sorpresa, no entiende lo que me está pasando.
— ¿Ocurre
algo?—pregunta.
—Oh...
no, no... solo..., yo me daré la crema.
—Como
tú quieras—. Percibo que no le ha sentado muy bien. Cierro los ojos y me
insulto.
Malena
y yo nos colocamos como Rania nos dice.
—Arturo
siéntate en el sofá con Malena sentada a horcajadas sobre ti—. Obedecemos—.
Tómale la cara entre tus manos como si la fueras a besar y tú Malena pon tus
manos sobre sus hombros y... ¡Oh, Dios mío!, pero, ¿qué narices es eso? —grita
histérica. Malena y yo nos miramos, ¿qué le pasa? — ¿Se puede saber, por qué
tus uñas son negras?
La
modelo se mira las uñas y se encoje de hombros.
—
¡Estoy trabajando con una panda de ineptos!—. Ese es el momento en el que Rania
comienza con los insultos y el histerismo. Lanzo un suspiro de resinación, se
lo que viene ahora. Más insultos, chillidos, tacos, gritos...
Rania
grita a la maquilladora de tal forma que me dan ganas de pararle los pies pero
Rosa me sujeta.
—Si
te metes será peor —me dice.
Maldita
bruja, espero que algún día le den su merecido.
—Aparta
de mi vista esas uñas. ¡Quiero que sean rojas! ¡¿Es tan complicado?! ¡Rojas y
no negras!
La
modelo ni se inmuta, ya conocemos a Rania y sus ataques de ira. Se levanta y se
acerca a la pobre maquilladora para que cambie el color de sus uñas.
—
¡¿Todo lo tengo que hacer yo?!—. Ahora vienen los reproches, el creerse
imprescindible y su necesidad enfermiza de aumentar su ya inflado ego—.
Mientras que por fin alguien hace bien su trabajo. —Lanza una mirada asesina a
la pobre maquilladora—. Nosotros intentaremos adelantar algo de trabajo. ¡Rosa!
— ¿Sí?—se
acerca sin temor, ella sabe mejor que nadie como es Rania y durante los dos
años que lleva trabajando para ella, ha aprendido a ignorar sus ataques, sus
insultos y su mala educación.
—Colócate
en la posición de Malen, así podré ir colocando los focos para cuando Malena
esté lista.
Rosa
obedece y cuando me quiero dar cuenta la tengo sentada sobre mí. Trago saliva
con fuerza. « ¿Qué me pasa?», no lo entiendo. Nunca tengo problemas con ningún
trabajo. Cuando estoy en una sesión la modelo que interactúa conmigo es
simplemente mi compañera y jamás la miro como una posible conquista, pero con
Rosa... Una parte de mí crece sin yo poder remediarlo y sé que ella se está
dando cuenta, me mira y me sonríe traviesa.
—Bésale
—suelta Rania de golpe y porrazo. La sangre me baja a los pies. Creo que debo
estar pálido y tembloroso.
—
¿Cómo?—pregunta Rosa.
—
¡Qué le beses!
—De
eso nada, no me pagas lo suficiente para hacer eso—. Se levanta enfadada y se
encara con Rania.
¿Cómo?,
¿qué narices...? Me siento ofendido. Pero, ¿por qué me importa que no me quiera
besar?
—Oye
guapa —le digo enfadado—, cualquier mujer estaría dispuesta a besarme.
—Pues
yo no.
¿Pero
que se ha creído?, soy un modelo deseado y codiciado y ella es... solo es... Me
siento mal y me dejo caer de nuevo sobre el sofá.
No
entiendo que me está pasando. Conozco a Rosa desde hace tiempo y aunque me
siento muy bien estando a su lado, nunca me había parado a pensar que dentro de
mí estaban surgiendo estos sentimientos. «No, no y no, me niego a pensar que
siento por Rosa la palabra que empieza por “A”»
Como
soy un profesional, terminamos la sesión sin incidentes, pero procuro no mirar
a Rosa y ella procura hacer lo mismo conmigo.
Terminamos
y nos despedimos un poco fríos y distantes.
Me
voy a casa sintiéndome mal. ¿Por qué no ha querido besarme? Y lo que me intriga
aún más; ¿por qué me importa tanto? Intento no darle más vueltas, ya no tendré
que verla durante mucho tiempo, así que todo superado.
Esa
noche me preparo algo de cena, estoy agotado, después de la sesión de fotos me
he ido al gimnasio y me he dado una auténtica paliza.
Pongo
la tele y hago zapping por las
cadenas buscando alguna chorrada que me evada un poco.
Llaman
a la puerta y me levanto extrañado, ya es muy tarde. Cuando abro me quedo con
la boca abierta, es ella, Rosa...
—Hola
pimpollo.
—Hola...
— ¿No
me dejas pasar?
—Oh...
sí claro..., pasa.
Es
la primera vez que al ver a una mujer me he quedo como un auténtico imbécil,
con la boca abierta y el corazón latiendo tan rápido que creo que si me
descuido se me saldrá del pecho.
—Estoy
agotada—. Se sienta en mi sofá y me mira. — ¿Piensas quedarte ahí parado?
Me
doy cuenta que estoy delante de la puerta como un pasmarote. Cierro la puerta y
la boca mientras me regaño e insulto.
—Vengo
a traerte las fotos. Rania quiere que les eches un vistazo.
—Podías
habérmelas mandado por correo electrónico.
—Sí,
claro, pero ya sabes como es Rania. Así me gano el sueldo que me paga. Me ha
tenido toda la tarde revelando las fotos y luego me ha mandado hasta tu casa
con mi pobre y cochambroso coche cuyo aire acondicionado no funciona.
—No
entiendo como la aguantas.
—Que
remedio, paga mis facturas. Toma—. Me tiende un sobre y yo lo cojo.
Me
siento en el sofá y saco las fotos. Las paso una por una.
—Están
muy bien, ¿no crees?
—Sí,
son bonitas.
«Tú
si que eres bonita», pienso mientras me quedo hechizado mirando su boca. Me
encantaría probar sus labios y como si los saborease me relamo con gusto. Me
acerco con lentitud para intentar besarla. Poso mis labios sobre los de ella
con mucha suavidad, pero ella se separa y me mira sorprendida.
—Pero
Arturo, ¿se puede saber que narices te pasa?—. Se levanta como enfadada y yo me
siento morir.
—Perdona...
yo...
—
¿Por qué lo has hecho?—parece desesperada y me mira con rabia. —Teníamos una
amistad tan bonita.
—
¿Teníamos?—entro en pánico, eso ¿qué quiere decir?, ¿ya no somos amigos?, ¿no
nos veremos nunca más?
—Sí,
teníamos.
—Lo
siento—. Intento coger su mano, pero ella me rechaza.
—Yo
no soy como una de esas chicas con las que te acuestas.
—Lo
sé.
—Entonces,
¿por qué no has podido dejar las cosas como estaban?, ¿por qué has tenido que
intentar besarme?
—Yo...
—. No sé que, decir y bajo la mirada avergonzado.
—Creo
que será mejor que me marche.
—Sí,
claro.
Sale
atropelladamente y yo me quedo sentado en el sofá sin poder reaccionar. Es la
primera vez que me rechazan y siento una extraña sensación de malestar.
«Joder,
joder, seré idiota»
Pasan
los meses y no vuelvo a verla, pero siempre está en mi mente. La recuerdo a
todas horas y sorprendentemente aunque intento acostarme con otras chicas, no
soy capaz, no puedo. Llevo en sequía cinco largos meses y lo peor de todo es
que no me apetece, no tengo ganas.
La
palabra que empieza por “A” se cuela dentro de mí, me resisto, intento
superarlo, olvidar y continuar con mi vida, pero no puedo.
En
estos meses hemos grabado el anuncio en Cocoa
una preciosa isla que forma parte de las Islas
Maldivas. Durante mi estancia en ese lugar paradisiaco intenté olvidarla,
pero todo me recordaba a ella; el mar azul como sus ojos, las gentes amables y
cariñosas como ella. Me imaginaba caminando por esas playas de arena blanca cogidos
de la mano. Yo que rehuía como si fuese la peste las relaciones de pareja,
ahora las miro con envidia.
Era
la noche del 22 de diciembre y yo me estaba poniendo mi traje de Armani para la
fiesta de presentación de la campaña de Désir
que tendría lugar en el Hotel Ritz
Allí estarían todos los que habíamos trabajado para la casa de perfumes y
por fin el anuncio definitivo vería la luz. Lo más gracioso era que yo no
estaba nervioso por ver el trabajo con el que conseguiría subir a lo más alto
de mi profesión, si no por verla a ella. Sabía que estaría allí esa noche, mis
manos sudaban tan solo de imaginar tocarla, mi corazón latía con fuerza y
notaba que me faltaba el aire.
Salí
a la calle casi a la carrera. Hacía mucho frío, la nieve que había caído
durante toda la mañana se acumulaba fuera de la acera. Subí el cuello de mi
abrigo de paño y me coloqué los guantes de piel. El tráfico que en esa zona
siempre es denso se había complicado mucho más, un montón de madrileños andaban
atareados con las compras navideñas de última hora y atestaban los centros
comerciales.
Cuando
llegué al hotel muchos de los invitados ya habían llegado y seguramente Eduardo
estaría muy enfadado, llegaba con una hora de retraso y no había parado de
llamarme al móvil. Nada más verle mi suposición se convirtió en certeza, me
lanzó una de esas miradas que dicen: “TE MATO”
— ¿Qué
pasa contigo? ¿por qué no has contestado ni una sola de mis llamadas? Llegas
muy tarde.
—Lo
sé... los sé y lo lamento mucho. El tráfico...
—Corre,
el francés nos está esperando.
“El
francés” es Adrien Signoret el dueño de la empresa y el principal responsable
de que yo sea el protagonista de la campaña publicitaria.
Después
de dejar el abrigo, entramos en el salón donde se va a producir la presentación
de Désir Miro al rededor, sé
perfectamente a quién estoy buscando con desesperación, pero Eduardo tira de mí
y me lleva ante Adrien. Nos saludamos efusivamente, es un hombre muy
campechano, más que un jefe parece un colega, un amigo de esos de toda la vida.
Charlamos animadamente y de pronto siento como un escalofrío recorre mi
espalda, necesito volverme y mirar que es lo que me está produciendo esa
extraña sensación de placer y bienestar. Giro y allí está ella, parada,
mirándome con una radiante sonrisa en los labios. Lleva un hermoso vestido rojo
de fiesta, largo y de tirantes, se ajusta a la perfección a su cuerpo. Un
suspiro sale de mi boca y de nuevo mi corazón galopa veloz.
Me
acerco despacio, sin dejar de mirarla. Cuando llego a su lado hago algo quizá
un tanto insensato, pero lo necesito; me abrazo a su cuerpo como si fuese un
salvavidas. Deseo que ella corresponda, si no lo hace creo que moriré. Me
sorprende gratamente y envuelve sus brazos al rededor de mi cintura. Cierro los
ojos y disfruto del momento. No sé con certeza cuanto tiempo permanecemos
abrazados, pero no me importa nada las miradas que todo el mundo nos lanza, tan
solo disfruto de su arroma y de su cuerpo. Ella es quién rompe el contacto, se
separa y me mira sonriente.
—Hola
pimpollo. ¿Cómo estás? Te he echado tanto de menos.
A
partir de ese momento todo cambia, todo es diferente, la palabra que empieza
por “A” se cuela en mi cabeza y deseo decirla en voz alta.
Charlamos
durante un buen rato, pero Eduardo viene a por mí, mi jefe me reclama y con
gran pesar, me separo de ella.
Hablo
con mucha gente, pero mi mirada siempre la busca. En un momento dado veo como
Rosa sale por la puerta del salón. No, No, no, no puede irse. Corro desesperado
y casi me llevo por delante a una gran mujer que me lanza una mirada de odio.
Salgo
a la calle y la busco con desesperación, ha comenzado a nevar de nuevo y hace
mucho frío pero a mí no me importa, tan solo deseo encontrarla.
Se
está subiendo en un taxi y sin pensarlo dos veces me acerco y le agarro del
brazo impidiéndole subir.
—Arturo,
¿qué haces aquí?
—No
puedes irte, necesito hablar contigo.
—Tengo
que marcharme.
—Yo
te llevo.
—No
puedes irte, es tu noche, tu momento, mucha gente está aquí por ti.
—Me
importa una mierda. Si tú te vas, yo no quiero estar aquí.
Me
cuesta convencerla, pero al final cede. Quiere que recoja mi abrigo, pero a mí
me da igual y finalmente nos subimos a mi coche.
Vamos
en total silencio, ella a la espera de que yo hable y yo sin poder hacerlo.
Siento la garganta cerrada y mis labios no se pueden despegar. ¿Qué narices me
pasa?, deseo decirle lo que siento, deseo gritar lo que pienso, pero no
puedo... no puedo.
Llegamos
a su casa, conozco bien el camino pues he estado varias veces. Aparco y le miro
a los ojos. Ella espera paciente, pero yo sigo sin decir nada.
—Gracias
por traerme a casa.
Sonrío
como un auténtico idiota.
—Bueno...
Qué tengas una feliz Navidad —dice harta de esperar esas palabras que yo no soy
capaz de pronunciar.
Me
da unos minutos más y al ver que yo no reacciono, me besa en la mejilla, abre
la puerta del coche, me dice un adiós con voz suave y se va.
«Idiota,
se marcha. Di algo», pero no lo hago. Me linito a observar como camina hasta su
portal, abre la puerta y entra.
Doy
un fuerte manotazo al volante y me insulto. Arranco el coche y salgo a toda
velocidad.
¿A
dónde voy?, no lo sé.
Soy
un cobarde, un patético cobarde. ¿Qué narices estoy haciendo? Voy a gran
velocidad y abro la ventanilla, necesito aire y el frío que entra me hace
sentir vivo. « ¡Regresa con ella!», me grito. Piso el freno y el coche que va
detrás casi se choca, me da una fuerte pitada, pero me importa una mierda. Doy
la vuelta y regreso a toda velocidad a casa de Rosa.
Estoy
decidido, convencido, animado. Lo voy a hacer, voy a decirle lo que siento,
sí... sí. Sonrío feliz y corro todo lo que puedo.
Llego
y aparco. Entro en el portal con uno de los vecinos de Rosa. No tengo paciencia
par esperar el ascensor y subo las escaleras de dos en dos, de tres en tres.
Ya
estoy frente a su puerta y toco el timbre con desesperación. Siento como ella
mira por la mirilla y abre.
Me
mira, tiene los ojos llorosos. ¿Ha estado llorando por mí? ¡Dios, soy un
cerdo!, me siento culpable.
No
espero más, me arriesgo y me lanzo a por su boca con desesperación, con ansia,
con hambre. Chocamos contra la pared de la entrada y me recuesto contra su
cuerpo sediento de ella, hambriento de ella. Mi lengua entra en tropel dentro
de su boca y baila a un ritmo desesperado. La escucho gemir y me vuelvo loco.
Se aferra a mí, la elevo del suelo y ella coloca sus piernas a mi alrededor.
Cierro la puerta de una patada y sin dejar de besarla camino con ella hacia su
habitación.
La
dejo sobre la cama y me quito la chaqueta, tengo tantas ganas de sentir sus
caricias, de notar su piel contra la mía que me arranco la ropa a toda
velocidad, mientras ella hace lo mismo con la suya. Nuestras miradas están
conectadas y nuestras respiraciones agitadas hacen que nuestros pechos se
eleven.
Se
coloca frente a mí y con suavidad posa su mano sobre mi estómago, recorre mis
abdominales delineándolas una por una y yo cierro los ojos. Siento como sus
caricias me queman, ardo y mis jadeos acompañan a los suyos.
— ¿Por
qué has tardado tanto? —me dice.
Abro
los ojos intrigado por su pregunta. Ella continúa acariciando mi pecho, mi
estómago, mis hombros...
—Pensé
que nunca te decidirías. Estaba cansada de esperar.
Yo
también estoy cansado de esperar y no pienso hacerlo más. Bajo mi boca a su
pecho y tomo el pezón entre mis labios, lo saboreo, lo lamo mientras escucho
como Rosa gime, sonrío encantado ante su reacción y decido que ya está bien de
andarse con sutilezas. La tumbo en la cama, jadeo de placer al sentir el roce
de su suave piel contra la mía y recorro sus piernas con mis manos abiertas. Toco
el interior de sus muslos, mientras ella toma mi pene en su mano y lo acaricia.
Busco su sexo con impaciencia y lo acaricio con destreza, introduzco un dedo,
está mojada y preparada para mí, eso me hace sentir el hombre más feliz del
mundo. Ya no resisto más, creo que me voy a correr, puedo sentir como mi pene
palpita y con un rápido movimiento me
introduzco dentro de ella, sin más, porque ya no puedo esperar. Nos movemos
juntos, acompasados, como si estuviésemos hechos el uno para el otro y
encajásemos a la perfección como las piezas de un puzle. Nuestros gemidos
componen una dulce melodía, el sonido de la pasión.
Me
muevo cada vez más y más rápido y siento como Rosa está llegando a su orgasmo,
uno fuerte e intenso que le hace gritar. Eso es el detonante del mío, me
derramo dentro de ella. Me siento pleno, dichoso, satisfecho.
No
deseo salir de su interior, es tan confortable, pero ella necesita respirar y
me tumbo a su lado.
Sonríe
satisfecha, sus ojos están cerrados intentando grabar en su mente el momento
vivido, sus mejillas sonrosadas y yo acaricio sus cabellos alborotados.
Siento
un fuerte deseo de decirle la palabra que empieza con “A”, quiero gritarla al
mundo, que todos lo sepan. Deseo salir al balcón y decirla tan fuerte que se
enteren todos los vecinos. Voy a decirla, sí... sí.
—Te
amo.
Es
la primera vez en mi vida que la digo. Después de tantos años huyendo, de
resistirme, de intentar no sentir, esta pequeña morena ha conseguido que yo
Arturo Sanz me enamore como un auténtico idiota.
—Yo
también te amo —me sonríe satisfecha.
¿Qué
más puedo pedir?, ¿qué más puedo desear? Ella lo es todo para mí. Mi mundo, mi
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Me encantó participar en esta antología al lado de tantas amigas. Quiero dar las gracias a las cotorras por contar conmigo.
ResponderEliminarGracias a ti Kris L Jordan, por regalarnos tu relato y querer participar en esta maravillosa antología.
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