TÚ ERES PARA ÉL
El
semáforo en verde y ningún coche avanzaba. El intenso tráfico la había
mantenido en el mismo sitio alrededor de quince minutos. Desesperada,
necesitaba llegar a casa cuanto antes, mañana era la presentación del proyecto
con el que llevaba trabajando más de seis meses. Quería repasarlo todo bien,
estaba agotada, pero solo tendría que hacer un pequeño esfuerzo más.
No
soportaba los atascos, aunque esta vez le ayudaba escuchar ese ruido metálico
de la lluvia chocando contra el techo del coche, junto con el movimiento del
limpiaparabrisas, producía un sonido hipnótico que la tranquilizaba. Vio que
empezaron a caer pequeños copos de nieve que se posaban en la luna del coche y
se deshacían lentamente.
Un
hombre mayor cruzaba el paso de cebra, le llamó la atención que fuera tan
despacio, arrastraba los pies y miraba hacia abajo ajeno a la lluvia que caía
intensamente.
En unos días sería Navidad, no le gustaba
estas fechas, le parecían tristes y solitarias. Afortunadamente su madre y ella
se tenían la una a la otra, pero muchas personas no disfrutaban de esa compañía
y seguramente la sensación de aislamiento, añoranza y tristeza sería mayor.
Pensó que quizá aquél pobre hombre estaba sólo.
Ella
apenas tenía amigas, toda su vida se había centrado en estudiar y trabajar. Los
hombres no eran su prioridad, tuvo alguna relación, sin embargo ninguno la
llenó lo suficiente, prefería seguir viviendo sola y centrarse en su trabajo.
Solo había habido alguien que logró que se estremeciera con su mirada, pero ni
siquiera llegaron a hablarse. Le conoció en la universidad y cuando se cruzaban
en el pasillo o en la cafetería, sentía como la observaba, tenía que reconocer que ella tampoco podía
dejar de mirarle.
Aunque
hubieran pasado varios años de aquello, no lograba olvidarle, se arrepentía de
no haberle dicho lo que sentía. Un día tuvo una buena ocasión para hacerlo; iba
corriendo desesperada hacia clase ya que llegaba tarde a un examen, al cruzar la esquina tropezaron, la agarró de
los brazos para evitar chocarse, ella en un tono de voz demasiado bajo le pidió
perdón, y vio como él esbozaba una pequeña sonrisa. No la soltaba, estaban
demasiado juntos, era la primera vez que la tocaba y el corazón le latía
violentamente, sabía que no era por la carrera sino por su escrutinio. Su olor,
fresco y varonil, se coló intensamente en su interior. Tenía unos ojos azules
oscuros e intensos que fueron bajando hacia sus labios.
Por un
instante pensó que la iba a besar, se acercó más hacia ella, sentía el calor de
sus manos en las brazos desnudos donde la tenía agarrada. Se dio cuenta que
estaba temblando, esperaba que él no lo notara. El tiempo se había detenido y
solo parecían estar ellos dos. Él deslizó una de sus manos acariciándole el
brazo, sintió su piel abrasándola y esa pequeña caricia la alentó hasta el
punto de querer agarrarle del cuello y besarlo hasta quedarse saciada de él,
pero de pronto la soltó. Su rostro cambió, se volvió serio y distante, se
disculpó con ella y se alejó de allí a toda prisa.
No le
volvió a ver, parecía haber desaparecido sin dejar rastro. Ni siquiera conocía
su nombre, pero sin saber por qué, seguía recordándole, la mayoría de los días
aparecía en sus pensamientos, incluso a veces se colaba en sus sueños.
Estaba
deseando que el tráfico avanzase. Miró hacia un lado y volvió a encontrase con
aquel hombre mayor, pero ahora miraba asustado de un lado a otro, intentaba
protegerse del frío y la nieve. Se apoyó en la pared y agachó la cabeza
abrazándose a sí mismo. Parecía un niño indefenso y perdido.
El corazón
de Silvia comenzó a latir más rápido. «Ni lo pienses, tengo mucho trabajo que
hacer, además, a lo mejor es un mendigo y no puedo hacer nada por él», se dijo
a sí misma. «Podría llevarlo a un refugio, va a empezar a hacer mucho frío».
Sus pensamientos iban y venían muy rápido. «A lo mejor se pone agresivo y no
quiere que le ayude». Los coches empezaron a tocar el claxon desesperados al
ver que seguían sin avanzar. Miró hacia delante y vio que el coche que estaba
aparcado a su lado daba el intermitente indicando que quería salir. El semáforo
se puso en verde de nuevo y, muy despacio, empezaron a recorrer unos metros.
Volvió a mirar al anciano que ahora se había puesto en cuclillas.
—¡Mierda!
—dio el intermitente, dejó salir al coche que en ese momento salía y aparcó en
su lugar.
Cogió el
abrigo y se lo puso a la vez que abría la puerta y salía del coche. «En que líos me meto, será posible», se
regañó mientras se acercaba al anciano. Él no se había percatado de su
presencia.
—Hola,
me llamo Silvia ¿y usted? —preguntó a la vez que le agarraba despacio del
brazo. El hombre no le hizo caso, estaba concentrado en abrocharse el abrigo,
pero no podía—. Déjeme ayudarle.
El señor
levantó la cabeza y la miró. Silvia cogió sus brazos lentamente para poder
acceder a los botones de la chaqueta y lograr abrocharle. Lo hacía muy despacio
mientras le sonreía para que él se calmase. Le ayudó a incorporarse y poco a
poco fue capaz de ir cerrando botón por botón.
—¿Cómo
se llama? —volvió a preguntar ella.
Él ladeó
la cabeza y una pequeña sonrisa apareció en sus labios mientras que alargaba su
mano y acariciaba a Silvia en la mejilla con extrema ternura.
—Tú eres
para él…
—¿Disculpe?
—preguntó confusa.
Silvia
no sabía que había querido decir con eso. La nieve ahora caía con más
intensidad, tenía las manos frías y mojadas por lo que le resultaba complicado
abrocharle más rápido. Cuando estaba llegando al cuello vio que tenía colgado
una cadena con una placa metálica.
—¿Tiene
un colgante? ¿Me deja verlo? —le preguntó en un tono tranquilo.
Él la
entendió y se lo mostró. Seguía mirándola como un cachorro, algo temeroso pero
deseando confiar en ella. Silvia vio que en la placa había un número de
teléfono. Miró a su alrededor y vio una cafetería, sería mejor que lo llevase
allí, estarían más tranquilos, entrarían en calor e intentaría llamar a ese
teléfono. Le convenció que fuera con ella y entraron en el local. Cuando
atravesaron la puerta, Silvia agradeció el calor de la calefacción, se sentaron
en una pequeña mesa que había en una esquina, lo más lejos de la puerta. El
anciano se tocaba las manos una y otra vez sin levantar la vista.
—Voy a
pedir un chocolate caliente para ti, ¿te parece bien?
El
hombre sin mirarla asintió con la cabeza. Silvia se acercó a la barra y pidió
dos chocolates calientes. Volvió a la mesa y se sentó a su lado.
—Voy a
quitarte el abrigo para que entres más rápido en calor —él la miró brevemente y
volvió a mirarse las manos. Con paciencia Silvia le fue desabrochando los
botones hasta que le quitó el abrigo, se fijó en el número de la placa, lo
marcó en el teléfono móvil y llamó.
—¿Sí?
—contestó una voz grave y masculina.
—Hola,
disculpe, usted no me conoce pero he encontrado a un señor en la calle y creo
que podría ser familiar suyo, tenía este teléfono colgado en el cuello y…
—Sí, es
mi padre —la interrumpió nervioso—. ¿Se encuentra bien?
—Sí, no
se preocupe, está bien.
Escuchó
que suspiraba aliviado.
—La
cuidadora me ha llamado hace unas horas para decirme que se había perdido. No
sabía por donde más buscarle. ¿Dónde están ahora?
—Estamos
en una cafetería en el centro de la ciudad. Una pregunta, ¿puede tomar
chocolate?
—¿Perdone?
—Bueno,
es por si fuera diabético o tuviera alguna enfermedad por lo que no pudiera
beberlo.
Hubo un
silencio y Silvia por un momento se inquietó.
—No, no
hay problema, puede tomarlo —su voz sonaba misteriosa ahora que él se había
calmado.
—De
acuerdo —se notó cada vez más nerviosa.
—Ahora
nos vemos…
Un
hormigueo se despertó en el estómago de Silvia al escucharle decir aquello. Le
dio todos los datos y quedaron en encontrarse en media hora. Pensó que tenía
una voz muy bonita, masculina y sensual, se lo imaginaba joven, no sabía que se
encontraría cuando le viera. La voz normalmente no se reflejaba para nada con
el físico de la persona.
La
camarera les dejó los dos vasos de chocolate en la mesa.
—Bebe,
está calentito —le animó Silvia a la vez que cogía la taza con ambas manos y se
la llevaba a los labios para que él la imitara, y así lo hizo.
Llevaban
un rato en silencio, estaba deseando que llegara su hijo. Se quedó
observándolo, tenía los ojos oscuros, rodeado de pequeñas arrugas, el pelo
canoso y una cara que desprendía demasiada ternura. Silvia dejó la taza en la
mesa y miró hacia la calle, los copos de nieve seguían cayendo con fuerza, si
seguía nevando así, mañana estaría todo cubierto. Se alegraba que este buen
hombre tuviera familia, le habría dado mucha pena dejarlo en un refugio.
De
pronto sintió como el anciano posaba su cálido mano en la suya, ella lo miró y
le pareció que sonreía agradecido.
—¿Cómo
te llamas? —preguntó ella.
Cuando
iba a contestarle, escuchó una voz familiar detrás de su espalda.
—Hola…
Era él,
el hombre con el que había hablado por teléfono, no había tardado nada en
llegar. Se dio la vuelta lentamente y si hubiera tenido la taza en las manos se
le habría caído de golpe contra el suelo. Ambos se quedaron mirándose el uno al
otro como si no lo pudieran creer.
—¿Tú?
—preguntó ella.
—Silvia…
¿Sabía
su nombre? Nunca se lo dijo y ella ni siquiera se sabía el de él. El tiempo
parecía haber vuelto atrás, a la universidad. Seguía estando tan atractivo como
le recordaba, incluso más, el paso del tiempo le había vuelto más maduro, ahora
parecía más hombre, su espalda era fuerte y gruesa, su mandíbula ancha igual
que sus labios, si antes le imponía, ahora mucho más, se sentía pequeña a su
lado.
—Es ella
—Silvia escuchó al anciano detrás de su espalda—. La mujer que siempre miras.
Silvia
se giró confundida y observó a ambos. No entendía nada.
—¿Me
conoce? —preguntó sin poder creérselo.
—Bueno,
él…
—Alex,
hijo, no me siento muy bien.
Ambos
miraron en su dirección.
—¿Qué te
pasa papá? —preguntó a la vez que se sentaba junto a él.
—Estoy
mareado y me duele el pecho.
—Hay un
hospital a dos calles de aquí —dijo Silvia.
—He
venido en moto, tengo el coche en el taller. Pensaba coger un taxi para él y
seguirlos.
Silvia
se dio cuenta que tenía un casco en la mano, con la impresión no se había dado
ni cuenta.
—Vamos
en mi coche y nos sigues, está muy cerca.
—¿Estás
segura?
—Claro,
voy a pagar.
—No, ni
hablar, pago yo. Ya has hecho suficiente.
Salieron
rápido y fueron hacia el coche, él cogió la moto y los siguió, afortunadamente
ya no había tanto atasco. Llegaron a urgencias y al decirle que le dolía el
pecho, le atendieron enseguida. Ambos se quedaron fuera, esperando que les
dijeran algo.
—No te
preocupes, puedes irte si quieres. Gracias por cuidar de él.
—No
tiene importancia, cualquiera podría haberlo hecho.
—Te
equivocas, mucha gente piensa que es un mendigo y ni se acercan. Ya se ha
perdido dos veces y fue la policía quien lo encontró. Pongo el teléfono en
varios sitios para que lo puedan ver, he contratado a alguien para que esté con
él mientras me voy a trabajar pero en cuanto se descuida se va de casa y se
pierde.
—Me
alegro de haberlo hecho, no te preocupes.
Le
observó, se le veía preocupado, llevaban bastante tiempo esperando y nadie les
decía nada. Silvia tuvo ganas de abrazarlo y consolarlo. Hablaron de la
universidad, de lo que hicieron después, Alex le contó que tuvo que dejar de ir
porque le salió una oportunidad laboral muy interesante y se apuntó a clases a
distancia. Ahora Silvia sabía porque había desaparecido.
Salió
una enfermera y preguntó por el familiar de Carlos Robles, que así se llamaba
su padre. Les informó que le habían hecho un electro y que estaba todo bien,
solo tenía la tensión un poco alta pero nada preocupante. Le dejarían en
observación esa noche. Cuando la enfermera se fue, Alex respiró aliviado.
—Bueno,
ahora si que creo que debo irme —dijo Silvia.
Él se
giró y la miró fijamente, se fue acercando a ella, quizá demasiado. Intimidada,
retrocedió un poco y se tropezó con una columna, sin embargo él no se apartó,
seguía muy cerca. Silvia levantó la cabeza para mirarle, a esa distancia le
imponía, casi podía sentir su calor corporal, su inconfundible olor, ese olor
que no había podido olvidar.
—Silvia,
no se cómo darte las gracias.
«Yo sí»,
pensó ella, se le ocurrían muchísimas formas.
—No es
necesario, no pasa nada, me alegro que tu padre esté bien —nerviosa, le dio dos
besos mientras que él la agarraba de los brazos para que no pudiera irse.
Le miró
confusa, Alex, no la soltaba. De nuevo la observaba como aquella vez, sus ojos
se anclaron a sus labios.
—Cuando
me preguntaste si mi padre podía beber chocolate, me descolocaste, de pronto
tuve unas ganas tremendas de conocerte. Una desconocida se había tomado la
molestia de llamarme, llevarle a una cafetería y comprarle algo para beber.
Sentí curiosidad, nunca imaginé que serías tú —le acarició la mejilla con el
dorso de la mano.
Ella
volvía a sentir que el corazón le latía violentamente, si pronunciaba cualquier
palabra seguro que iba a tartamudear. Entonces vio que de nuevo se ponía muy
serio.
—¿Tanto
miedo te doy? —pregunto él, parecía molesto.
—¿Por
qué dices eso? —logró decir ella apenas en un susurro.
—Estas
temblando como la otra vez, no pretendía asustarte ni ahora tampoco.
Silvia
se quedó sorprendida.
—Alex,
no temblaba porque te tuviera miedo —le miró intensamente a los ojos —y ahora
tampoco.
Él la
agarró de la cintura acercándola más a su cuerpo mientras que con la otra mano seguía acariciándole la mejilla.
—¿Y
entonces por qué tiemblas? —murmuró muy cerca de su boca. Sentía su cálido
aliento y cada vez se estaba alterando más por su proximidad.
Silvia
no podía hablar, sentía su mano en la espalda, bajaba y subía muy despacio, su
olor, su calor, los labios tan cerca de los suyos…
—Dímelo
Silvia.
Dios
mío, la estaba volviendo loca. Tenerle tan cerca hacía que pensara que su vida
no estaba tan completa como pensaba, todo lo que estaba sintiendo era demasiado
fuerte. No quería perderle de nuevo.
—Tiemblo…
por ti, por lo que me haces sentir.
Los ojos
de Alex se oscurecieron, la cogió suavemente de la nuca y despacio notó el
calor de los labios masculinos sobre los de ella. Los mordisqueó con ternura
hasta que introdujo la lengua en su boca encontrándose con la suya, en el
momento que se tocaron un gemido salió de la boca de ambos y él la estrechó más
contra su cuerpo. Ella le agarró del cuello, quería sentirlo más adentro. Alex
la apoyó en la columna y sus cuerpos chocaron uno contra el otro, él sentía su
femeninos pechos contra su tórax, la fina cintura entre sus manos, ella la
excitación de él contra su estómago. De pronto toda esa ropa estorbaba entre
ellos.
La
respiración de ambos se empezó a agitar, Silvia sentía que el calor se extendía
por todo su cuerpo, se estaba abrasando y nada podría apagar ese fuego que se
había despertado.
Alex se
apartó.
—Espera
—dijo jadeando—. Este beso ha sido mejor de lo que siempre había imaginado,
pero como no pare ahora mismo creo que te secuestraré, buscaré un baño, te meteré en él y no se lo que seré capaz de
hacer.
—No es
mala idea —sonrió.
—No me
digas eso o no respondo.
La
volvió a besar intensamente, gruñó dentro de su boca, deslizó la mano por su
cintura hasta llegar a su nalga, la apretó más contra él y Silvia gimió. Quería
tocar su piel, desnudarlo.
Alex
volvió a separarse, el pecho de ambos subía y bajaba muy rápido. Le acarició la
nuca y la miró el cabello.
—¿Siempre
lo llevas recogido? No te imaginas las veces que he soñado con soltártelo,
verte con él pelo extendido sobre mi cama revuelto y con las mejillas
sonrosadas, los labios doloridos por mis besos…
Silvia
pensó que era cierto, solo se lo dejaba suelto en casa, era más cómodo
recogérselo, se sorprendió que se hubiera fijado en ese detalle. Las cosas que
le decía la estaban provocando más de lo que le gustaría admitir.
—Será
mejor que nos tranquilicemos —le dijo ella.
—Sí,
será lo mejor —se apartó de su lado a duras penas, pero le agarró de la mano.
—¿De qué
me conoce tu padre?
Él
sonrió.
—Te hice
una foto con el móvil en la universidad. Siempre la llevo encima y él la ha
visto en más de una ocasión, lo raro es que lo recuerde.
—Me dijo
que yo era para ti.
—Siempre
ha sido muy listo —sonrió —siempre lo he pensado, pero no estaba seguro si tu
sentías lo mismo.
Él la
acariciaba la mano con suavidad.
—Sí, yo
también sentía lo mismo, incluso he soñado contigo durante este tiempo.
—¿De
verdad? —dijo levantando una ceja—. Espero que podamos cumplir esos sueños.
Silvia
soltó una carcajada.
—Debo
irme.
—Lo se,
pero esta vez no te dejaré escapar, ya tengo tu teléfono —sonrió de forma
pícara—. ¿Qué vas a hacer en Navidad? —preguntó Alex.
—Cenar
con mi madre, ¿y tu?
—Cenar
con mi padre .
Ambos se
miraron pero no dijeron nada, el ascensor llegó y Silvia se metió dentro, antes
de que se cerraran las puertas ambos hicieron la misma pregunta al mismo
tiempo:
—¿Quieres…?
Se
empezaron a reír.
—Sí, estaremos
encantadas de cenar con vosotros.
—¿Y si
no era eso lo que te quería decir? —contestó divertido.
—Bueno,
entonces nos veremos en otra ocasión —dijo sonriendo.
Él se
puso serio y las puertas comenzaron a cerrarse, antes de que lo hicieran él se
metió en el ascensor y se acercó a ella.
—Hay un
problema.
—¿Cuál?
—preguntó confusa.
La cogió
de la cintura mientras que pulsaba el botón para ir hacia la planta baja.
—Que
cuando pruebes como cocino, no querrás que deje de hacerlo nunca.
Silvia
se rió a carcajadas.
—Y
tenemos otro problema —afirmó Alex a la vez que le besaba el cuello. Ella cerró
los ojos excitada de nuevo—. Tengo que verte con el pelo suelto antes de que te
vayas.
Silvia
le apartó y se fue quitando las horquillas una a una, se revolvió el pelo que
cayó pesado hasta la cintura. Él la observaba maravillado, con los ojos
encendidos de deseo. Sin mediar palabra se acercó a su boca y le arrebató un
beso, las lenguas se unían haciendo que saltaran chispas entre ambos, ella se
agarró a su cuello y le mordió el labio.
—No te
imaginas las noches y los días que he pensado en ti, que he querido tenerte
entre mis brazos —le dijo Alex, mientras le acariciaba el pelo. Todas las
puertas de mi vida no estaban completamente abiertas porque me faltaba algo, me
faltabas tú. Siento que te conozco desde siempre, que el destino se ha empeñado
en que no te fueras de mi cabeza y de entre todas las personas que podían haber
encontrado a mi padre, has tenido que ser tú. ¿Crees en el destino?
—Ahora
sí —contestó ella.
El
ascensor se paró, habían llegado a la planta baja.
—Te
llamo mañana para quedar, ¿de acuerdo? —dijo Alex.
—Me
parece bien —Silvia se acercó y le dio un beso en los labios—. Yo también te he
estado esperando.
Él
sonrió y la puerta se cerró, pero Silvia sintió que en su corazón se abría otra
gran puerta, una que esperaba que nunca se volviera a cerrar.
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