VERDE QUE TE QUIERO VERDE
¿Cómo puede
cambiar tu vida en cuestión de poco tiempo? No es que yo esté cerrada a los
cambios, claro que no, pero si es para mejor
¿Por qué no? Y aquí estoy en el comienzo de una nueva etapa, arreglándome para
lo que será una de las últimas salidas como ciudadana de Badajoz, prácticamente
obligada por mi mejor amiga: la loca del barrio. Ya solo me falta un poco de
rímel y ponerme los botines. Me encantan mis botines negros de tacón, junto con
mí vestido verde corto preferido, hacen un conjunto que me queda genial y me da
una seguridad, que creo que esta noche me va a
hacer falta.
—
¿Te quieres mover por favor? Noa, definitivamente no
puedo contigo.
—
Y ahí está mi media hermana. Dicen que juntas somos
una bomba de relojería, ¡qué exagerados!
—
Si no me obligaras a salir, sin opción a que me
escuches… ¿En serio hay que hacerlo? Camila, no quiero salir.
—
—Vamos a ver si te enteras de una vez, cosita verde.
Hace dos meses que te dejó tu adorado novio por causas desconocidas o no,
espera, por la hija de un empresario rico, cuando llevaba meses sin tocarte. ¿Me equivoco?
—
¡Camila!
—
No me interrumpas. Tenías un trabajo que no te gustaba
nada, y te acaban de ofrecer un gran puesto trabajando en lo que a ti te gusta
y empiezas dentro de dos semanas en Madrid, no tienes que aguantar a la pesada
de tu madre todos los días y yo me voy contigo… ¿Me puedes explicar el motivo
de no salir a celebrarlo?
Definitivamente tenía razón y no podía discutírselo,
pero era como si no encajara en nada. Eran demasiados cambios en poco tiempo.
No es que llevara una vida perfecta, pero estaba bien. Lo de mi ex…, pues aunque ya no estoy tan afectada, según mi
madre mucho no lo quería, no estábamos realmente bien en el último transcurso
de nuestra relación, aunque sinceramente no me esperaba el final de “te quiero mucho pero no es lo mismo ya…Creo que quiero
a otra persona, lo siento”. Y después de eso, dos años de relación
perdidos.
Ahora íbamos ya de camino a la discoteca en la que
habíamos quedado, sin martirizarme sobre el fracaso de mi antigua relación.
Esperaba que esos tequilas que nos íbamos a tomar me hicieran olvidar, porque eso
sí, ganas de salir ninguna, pero una vez que salgo me desmeleno.
—
Noa, esto está llenísimo de tíos de una noche, así que ya sabes. Teniendo en cuenta que nos vamos
lejos en dos semanas, yo que tú “mojaba”.
—
Pero qué bestia, hija.
—
Ah, espera, que ya no te acuerdas de qué era eso... A
ver, te explico…
—
Ni lo sueñes, paso de ti…
Y ahí estábamos ronda que te ronda. Yo llevaba unos
cuantos de chupitos y sinceramente me lo estaba pasando genial. La pista estaba
a reventar y la música era simplemente genial. Es uno de mis escapes: la música
y bailar. La verdad es que la idea de encontrar a alguien a quien no darle
explicaciones y pasar un buen rato ya no me parecía nada mal. Había muchos
chicos guapos, pero no me parecían apetecibles en este momento. En fin, yo solo
quería una noche de borrachera, que no me venía mal.
Una de las veces que fui al baño, que estaba repleto
de gente, en ese instante, lo vi, el guapísimo con el que merecía la pena
olvidarse de todo por una noche. Yo no es que fuera una modelo: rubia, pelo
largo, con curvas, ojos verdes, del montón diría yo. Solo había tenido dos
novios serios, nada de ligues, ni nada por el estilo. Por un momento él no me
pareció de los que se podrían fijar en una chica como yo con la cantidad de
bellas mujeres que teníamos alrededor. Era alto, fornido con un cuerpo de puro
deseo, pelo rubio desordenado y unos ojos que… madre mía, esos ojos verdes con
miel, verdes, que me volvieron loca. Tenía una cazadora de cuero negra y unos
vaqueros desgastados que le quedaban de infarto. En el mismo momento en que me
miró ya no había nadie más, me tembló todo el cuerpo. Estábamos en la misma
cola, así que me puse a su lado. La tensión sexual era innegable y, teniendo en
cuenta que no me quitaba ojo, me puse nerviosa y eso no era bueno, ya que solía
hablar demasiado y sin sentido, y no quería meter la pata.
—
Hey — dijo el chico misterioso de ojos verdes que
acababa de nublar mi mente.
—
Hey — pensé para mí, eso Noa, original que te cagas.
—
Esto no avanza — dijo con
una sonrisa, y qué sonrisa por Dios.
—
No, eso parece.
—
Tú sigue así, Noa.
—
Me llamo Hugo.
Y a partir de ese instante ese
ha pasado a ser mi nombre favorito. Está claro que si tengo oportunidad esta
noche lo grito en un orgasmo.
— Yo Noa.
Nos dimos los dos besos de rigor, claro está, pero
entre el olor de su colonia y que el segundo beso se prolongó más de la cuenta,
creí que me daría algo.
Nos quedamos mirándonos cada uno en su mundo, sumido
en nuestros pensamientos sin querer comenzar
nueva conversación. Entramos casi a la misma vez, al salir pensé que ya no lo
vería, pero estaba esperándome en el pasillo con la pose más sexy que haya
visto y pensé que estaba esperando a alguien más, pero cuando vino hacia mí ese
pensamiento se disipó.
— Te invito a
una copa, si quieres claro.
Me alegré porque me lo pidiera, pero no quería que se
notara mi impaciencia.
—
Sí, ¿Por qué no? Mi
amiga seguro que estará a la caza y captura de algún pobre hombre.
—
Y tú, ¿lo estás? — dijo
con una sonrisa.
Y ahí estaba la pregunta que estaba esperando, ¿no? Ay
madre, en las que te metes Noa. ¿Querías aventura? Pues ahí la tienes.
— Depende.
Y acercándose a mi oído con voz ronca me dijo:
— Si depende
de mí, lo has encontrado.
Temblaba toda entera, y un calor que no tenía que ver
con la bebida se paró por todo mi cuerpo. Era increíblemente guapo y me tenía
hechizada, pero claro, tonta no era y antes de hacer nada quería conocerlo más.
Una cosa era buscar sexo de una noche y otra
muy distinta era irme con el primero que me
diga su nombre, pero qué nombre… ¿Y si era un psicópata? Uno buenísimo, aun
así, tenía que preguntar y con el alcohol y los nervios la chica verde hizo su
entrada triunfal.
— ¿No serás un
psicópata, no?
Después de una carcajada monumental se serenó para
contestar:
—
¿En serio? Te aseguro que me han dicho muchas cosas,
pero esa es la primera vez –sus ojos verdes se
clavaron en mí y me hicieron vibrar.
—
Lo siento, no sé ni que digo, yo… en serio... lo
siento…
—
No pasa nada por querer estar informada mujer, pero
no, no lo soy —dijo con una sonrisa increíble que ahora pensaba en besar.
Genial, simplemente genial, qué bocaza tengo. ¡Menuda vergüenza!
Camila me mata. En fin, vamos a la barra y acepto la copa, él está riéndose
todavía. Yo, si lo hubiese hecho otra persona, me reiría, pero en ese momento
no me hacía gracia para nada.
— Solo estoy
de paso con mi primo, mañana me voy.
Justo lo que busco, alguien a quien no vuelva a ver,
solo sexo, ya estaba un poco mareada y de Noa la sensata quedaba muy poco. La
chica verde, que es mi parte loca, ganaba cada vez más cuerpo, y eso no era
bueno, ¿o sí?
—
Noa Chica Verde Márquez, ¿no me presentas a este
adonis?
—
Camila Loca del barrio Álvarez este es Hugo. — No sé
ni su apellido.
—
López — dijo.
—
¿Chica verde? ¿Loca del
barrio?
Soltó una carcajada. Normal, los motes no eran muy
finos.
—
Hola, encantada. Pues verás, esta es una obsesiva del
verde y de ahí lo suyo, y claro, cuando me conozcas mejor entenderás el mío.
—
Encantado también, sois muy divertidas.
—
No lo sabes tú bien, amigo. Bueno, Noa ¿qué tal? —dijo Camila con una cara de “algo tramo” que me
daba miedo.
—
Yo bien, ¿y tú? — con tono
de advertencia.
—
Bueno, pues verás, es que… ¿ves a aquel chico de allí?
—
Sí — ahí estaba, lo sabía.
—
Mejor, porque se ha ofrecido a darme mi despedida, así
que si te dejo en buenas manos, me voy.
—
Espera, ¿qué? ¿En serio?
—
No te preocupes Noa, yo te puedo llevar a dónde digas.
—
Al fin del mundo — pensé yo.
—
Uy, eso suena muy bien. Hasta mañana chica verde.
Y sin más se fue, desapareció. Y me quedé ahí sentada
con el no—psicópata, no demostrado, claro está, y bebiendo más y más porque
como no lo hiciera me daba algo.
—
No te preocupes, Hugo, yo pido un taxi y listo.
Además, tu primo estará por ahí y no quiero que te molestes por mí, en serio.
—
Para nada es una molestia, y mi querido primo se fue
hace bastante con una pelirroja, seguro que está muy entretenido.
Un tira y afloja más. Estábamos en la puerta de la
discoteca, de Noa no quedaba nada, chica verde cien por cien. Hablamos en la
calle un rato, la noche estaba perfecta y mi lengua suelta. Mientras buscábamos
su coche él fue prudentemente contestando la sarta de preguntas que yo le
hacía. Que tenía una empresa, no tenía novia, ni hijos, ni mujer, ni amiga con
derecho… Para, chica verde. Y yo le conté mis penas, todo lo relacionado con mi
ex, mi traslado, etc. Solo iba a ser sexo y adiós, así que me venía bien el
desahogo. Cuando llegamos al coche ya no podía más, me lancé y nos besamos con
desesperación. Ese calor que sentí cuando me habló al oído ya era puro fuego,
no podíamos negar esa atracción sexual de ninguna forma.
No sé en qué momento fue, pero cuando me
di cuenta estaba contra una pared y las muñecas sujetas encima de mi cabeza y
sin parar de besarnos. Con su lengua jugó con mi labio inferior, en ese momento
la capturé con mis dientes, y un gruñido salió del fondo de su garganta.
Estábamos en una habitación de hotel y daba gracias por ello. Tan pegado a mí,
podía sentir su erección creciendo, completamente dura, no creía que fuera a
aguantar mucho. Como siguiera moviéndose así me correría y, sinceramente, no
quería que fuera tan rápido, pero lo quería dentro ya.
—
Eres increíble, esa frescura que tienes me deja sin
aliento — dijo cuando
paró de besarme.
—
No dejes de besarme o no respondo.
Madre mía, yo no soy así, no sé qué me pasa con él,
pero no puedo parar.
Poco a poco, nos fuimos quitando la ropa, sin dejar de
besarnos. No sé si era el alcohol o la chica verde, pero estaba poseída por ese
hombre, necesitaba sentirlo ya y nos quedamos en ropa interior.
—
Eres preciosa y te voy a comer entera, chica verde.
—
Tú tampoco estás nada mal, y no vas a ser el único que
coma.
Sin decir nada más nos lanzamos otra vez a un beso
desesperado, rápidamente terminamos de quitarnos todo, no si antes besar cada
parte de nuestros cuerpos, me tumbó en la cama y me cubrió con su cuerpo.
— Prepárate
nena, porque pienso hacerte disfrutar durante la noche que nos queda.
Y sí lo hizo. Empezó a introducirse poco a
poco, ya podía sentirlo casi dentro y justo cuando quedaba un poco, empujó
fuerte, y juro que con cada embestida tocaba algo de mí escondido por años,
sentimientos que no se deben sentir con un desconocido. Poco a poco nuestras
respiraciones eran una guerra por conseguir oxígeno, hasta que al fin llegamos
juntos a un orgasmo en el que yo por supuesto grité su nombre.
El sol ya empezaba a hacer acto de presencia, y tuve
que pensar mucho antes de darme cuenta dónde estaba. Hotel, discoteca, ojos
verdes, madre mía no fue un sueño pero, ¿dónde estaba? Y en ese momento se
abrió la puerta del que supuse sería el baño, y qué hombre, más guapo si es que
era posible.
—
Buenos días — dije sin saber qué hacer, era nueva en
esto de una noche.
—
Hola, me tengo que ir, si quieres hasta las doce
puedes quedarte para ducharte o lo que te dé la gana.
Mi cabreo empezó a salir.
— Bonita
manera de echarme. Gracias, pero no necesito nada.
Avergonzada es poco, ¿pero quién coño se cree que es?
Me puse de pie.
— No te estoy
echando, yo me tengo que ir. Normalmente no soy tan amable con las mujeres que
me repiten hasta el cansancio que solo soy el polvo de una noche y no nos
podemos ver más, así que pensé que no querrías una despedida de libro romántico
o algo así. Un verdadero placer haberte conocido. Adiós.
Solo escuché la puerta. Y literalmente se fue y yo me
quedé muda como nunca en mi vida, liada entre sabanas que por cierto olían a él
y ni siquiera sabía de dónde era, pero ya nada
se podía hacer. Él se había ido y yo no olvidaría esos ojos verdes.
Semanas después mi vida empezaba a normalizarse,
llevábamos una semana en Madrid, nos habíamos mudado a una zona no muy lejos de
los trabajos en un pequeño apartamento. Camila trabajaba en un pub y yo en Ovinet,
una empresa de creación de páginas web, mi gran sueño. Todavía no había tenido
la oportunidad de conocer al señor Hannigan, estaba de viaje, pero hoy vendría.
Ni siquiera sabía su nombre. Al parecer era una empresa americana y tienen la
manía de llamarse por los apellidos.
Mi madre la pobre era la que peor lo llevaba: llamaba
veinte veces al día, aunque para mí la peor parte de todo había sido no poder
quitarme unos preciosos ojos verdes de mi cabeza.
—
Por favor Noa, esto ya no es normal. Llevas tres días
así… ¿Y si es un mega virus raro y me lo pegas?
—
Oh, gracias no esperaba menos de ti. Déjame, ya que no
puedo ni con los pelos.
Ni idea de lo que me pasaba, pero llevaba unos días
con unos vómitos que me iban a dejar seca
— Ya se me
pasará. Si no iré al médico. Me voy ya que llego tarde, no me gustaría que el
gran jefe se cabreara.
Como cada mañana llegué puntual y me puse a lo mío,
hasta que llegó una compañera y me dijo que le llevara al jefe unos documentos,
que ella tenía médico. No me importó, porque así lo conocería antes de la
reunión de “nuevos fichajes”, como llevaban toda la semana llamándonos, pero
era un ambiente muy bueno el que teníamos. Llegué a la mesa de la secretaria
pero no había nadie, así que llamé y esperé a que me dieran paso, y cuando un
“adelante” sonó se me paralizo todo el cuerpo, pero pensé que sería causa del
virus, y qué virus.
Abrí la puerta y me quedé sin aliento, las piernas se
me aflojaron. Ahí estaba ojos verdes, con un traje de chaqueta y una camisa
blanca que le quedaban de miedo, apoyado en el gran escritorio. Sus ojos se
encontraron con los míos, con una mezcla de asombro, enfado y ¿deseo?
— ¿Tú? Tú eres
el señor Hannigan.
No era una pregunta o no lo sé la verdad. Mi voz ni sé
de dónde salió, pero no era mi voz.
—
Hasta donde yo sé eras Hugo López, pero claro, qué
tonta, para qué tu nombre verdadero ¿no?
—
Y tú ¿uno de los nuevos fichajes? Vaya, vaya — su tono
era entre divertido y cabreado, pero también sorprendido.
—
Madre mía, madre mía, yo mejor me voy, solo venía a
dejarte esto.
—
Creo que tenemos una conversación pendiente por lo que
veo, has vuelto a ver a tu polvo de una noche, y claro, esas no eran las normas
¿no? — me cortó muy serio.
—
No tengo que tener ninguna conversación contigo que no
sea laboral, ya que dejarme tirada con la palabra en la boca en un hotel no es
que la merezca, mera educación le llamaría yo, y que creo que tienes poca.
—
¿Perdona? ¿Y ahora te importa mi educación? Porque
cuando te di cuatro orgasmos no protestabas — dijo con una sonrisa arrogante,
que me hubiese comido ahora mismo si no estuviese tan cabreada.
—
¡Vete a la mierda!
Y salí como alma que lleva el diablo, hasta que me
choqué en el pasillo con un cuerpo duro, que me miraba preocupado, y sin
dejarlo hablar le solté:
— Cuidado con
el jefazo — diciendo la última palabra con tono despectivo — que parece que
carece de educación.
Y sin más me fui.
—
¿Jefazo sin educación? Si ni siquiera trabajas aquí
Hugo, jajaja, ¿qué le has hecho? Creo que has cabreado a alguien por ahí que no
te pasa una — dijo su primo con una carcajada.
—
No me ha dado tiempo de darle una explicación, y
tampoco he querido.
Con una mirada de cabreo total Hugo explicó a su primo
que ella era la chica verde que no había podido sacar de su cabeza, a la que
había empezado a buscar sin éxito y que ahora simplemente aparecía como caída
del cielo. Él se sentía un verdadero cabronazo, pero la había encontrado y no
pararía hasta volverla a tener y no solo en la cama, no la dejaría escapar de
nuevo.
Un poco más recuperada, porque si no lo hacía me iba a
volver loca, nos dirigíamos a la reunión. Era ya última hora de la tarde, así
que me iría rápido, solo esperaba que el jefazo—ojos verdes no se liara mucho
porque no podría con ello. Estábamos todos sentados, faltaba él y entró junto
con el otro que me crucé en su puerta, algo raro, pero ese hombre fue el que
ocupó la presidencia. No le di más importancia hasta que me quedé como pasta de
boniato cuando habló.
— Bien chicos,
algunos ya me conocéis. Soy el director de esta empresa, Pablo Hannigan, y
además de tratar algunos temas quería dar la bienvenida a los nuevos fichajes,
que están aquí gracias a la empresa de mi primo Hugo López Hannigan.
Y eso lo dijo mirándome a mí, de quien solo quedaba
una Noa muy chiquitita en una silla, porque claro, en estas circunstancias la
chica verde se coge vacaciones.
Mi cabeza iba a mil por hora, no podía creer que todo
esto me estuviera pasando a mí, no podíamos dejar de mirarnos, y yo
sinceramente cada vez me encontraba peor, no por el hecho de verlo, porque la
sensación de tenerlo frente a mí era lo mejor que me había pasado en días, sino
porque mis nauseas volvieron con más fuerza; así que aprovechando que la
reunión finalizó y se montó un revuelo, me fui.
—
Noa, espera — dijo con voz desesperada.
—
Por favor, ahora no, ahora no.
—
Hugo ahora no es el momento, necesito pensar, así que,
por favor, déjame.
Salí corriendo hacia la calle y en una papelera ya no
aguanté más, vomité todo lo que tenía en el estómago.
Pasaron varios días, en los que no tenía
ni idea de cómo me podía haber afectado tanto encontrármelo, sin saber qué
hacer. No sé muy bien por qué quería hablar conmigo, pero no ha vuelto a
aparecer por la empresa, así que supongo que no le importaré mucho, y eso te
fastidia, Noa, pero ni por asomo preguntaría a su primo por él.
Hoy teníamos el cumpleaños de una
compañera, yo había dicho que no quería ir, pero como era en el pub en el que
trabajaba Camila, y claro, un “no” a ella era un dolor de cabeza y todavía me
dolía…
— ¡Pero si es que estás peor que cuando te dejo el imbécil de tu ex! Y eso que ojitos verdes era solo un polvo. Hija, no se hable más,
o sales o te saco.
Aun así no dejaba de tener esa sensación
de deja vu, solo esperaba no encontrármelo, pero con la suerte que
tenía. Había decidido ir dando un paseo, ya que estaba cerca, aunque estaba
helada, cada vez hacía más frío. Teniendo en cuenta que estábamos en vísperas
de Navidad era lo lógico, pero esa sensación me gustaba.
Llevábamos bailando una hora sin parar,
empezó a sonar David Guetta, Dangerous, me encanta esta canción, cerré
los ojos y mi cuerpo iba por libre. Cuando los abrí unos ojos verdes me miraban
con deseo. Yo seguí moviendo mis caderas y la letra de la canción no podía
describir mejor el momento: él se estaba acercando y era peligroso, pero yo no
quería frenar. Me sentía atrapada y cuando me cogió ya no lo sentía, lo estaba.
Pero por más deseo que sintiera no podía olvidar como me había tratado y el
orgullo pudo más, me solté y fui hacia la barra a por mis cosas. Estaba echa un
lío porque estaba segura de que sentía algo más fuerte que el deseo por él,
pero no podía hablar, tenía miedo de lo que pudiera decir.
—
Bailas muy bien —susurró en mi oído y se
me erizó todo el cuerpo
—
¿A qué juegas? ¿De pronto existo?
No sé si quería oír la respuesta. En ese
momento Camila me dio mis cosas y cuando vio mi cara puso cara de
interrogación, pero cuando miro detrás de mí puso los ojos como platos, con una
sonrisa que me dieron ganas de matarla.
—
Desde luego con copas eres más simpática.
Solo pretendía demostrarte que tengo educación, pero se ve que no estás de
humor — dijo con una sonrisa de prepotente sexy y necesité de todo mi
autocontrol para no besarla.
—
¿Cómo sabes que no he bebido? ¿Es que
ahora también eres un acosador? Genial — dije afirmando — mira, me quiero ir,
así que búscate a otra para tus juegos.
El aire frío me vino genial, unos pasos
más y me cogió del brazo para darme la vuelta y besarme, con una mano me agarró
fuerte por la cintura y con la otra por la nuca. Ni siquiera podía moverme, me
perdí en su beso, su sabor, su lengua luchando con la mía por explorar mi boca.
Era una sensación abrumadora, pero tuve que cortar el beso, tenía que hacerlo.
Puso su frente pegada a la mía.
—
Necesito que sepas que no soy una
cualquiera que suele acostarse con el primero que conoce, eso fue una excepción
¿Qué quieres de mí? — dije con voz entrecortada.
—
Sé que no eres una cualquiera, pero sé que
esto que nos pasa lo sientes también y no sé por qué huyes.
Se le veía frustrado y enfadado ¿no
entendía que tenerlo cerca no me dejaba pensar? Es de los que no acepta un
“no”, pero conmigo iba listo, no pensaba caer otra vez sin tener las cosas
claras.
— Lo siento Hugo, yo… mejor me voy…
Me soltó con rabia y me miró con unos ojos
nada amistosos y sabía que no se iba a quedar sin decir la última palabra así
que…
— Claro, la chica verde elige como folla y con quién ¿verdad? Pues genial, no
pienso volver a buscarte ya me queda claro que no repites, pero ¿sabes? mujeres
son lo que me sobran. Que te vaya bien.
Y otra vez me quedé sola viendo cómo se
alejaba, con un pequeño dolor en el pecho que decía mucho más de lo que yo
quería reconocer.
Dos días después, estaba en el trabajo
pero no me encontraba bien, me había levantado mareada, pero con mucha hambre,
así que me hice un desayuno de diez, y creo que en ese momento ese desayuno
pretendía salir de mi cuerpo. Entonces, como cuando en los dibujos animados se
te enciende esa lucecita en la cabeza, me puse como loca a echar cuentas y pedí
lo que me quedaba de día, tenía que hablar con Camila.
Mierda, mierda y mil veces mierda. Ya en casa, y no
por ello más tranquila, había empezado a atar cabos y no me gustaba el lazo.
Nada más llegar le conté a Camila y salió rápida sin decir una palabra.
— Ya estoy
aquí, he ido a la farmacia, las vas a necesitar.
Me tiró tres pruebas de embarazo.
— Todavía no
me puedo creer lo que me has contado y que no hayas pensado en esa posibilidad
antes. ¿Pero qué clase de loca se tira a un tío sin protección? Y ya no lo digo
solo por el embarazo. Noa, ni yo hago eso.
Y tenía toda la razón, ya todo cuadraba: el tequila,
sí, eso fue.
— Mira tú, yo
no puedo —dije comenzando a llorar.
Creo que lo que tenía en ese momento se parecía
bastante a un ataque de ansiedad….
— Noa, cariño,
mírame. Lo siento, pero estás embarazada.
Sus palabras fueron como un jarro de agua fría en
pleno invierno. Las dos, sin poder parar de llorar, nos sumimos en un abrazo y
no sé cuánto tiempo pasó.
Al día siguiente fuimos al médico, que nos confirmó lo
que ya sabíamos. Me dio todas las posibilidades, pero solo podía ser una:
seguir adelante, pero, ¿sola?
— Tiene todo
el derecho Noa. Entiendo que quieras esperar, pero él es el padre.
Y otra vez tenía razón, pero la idea de que lo pudiera
poner en duda me mataba. Estaba aterrada, asustada, porque si su reacción,
teniendo en cuenta que no nos conocíamos, fuera mala, me moriría. Pero claro,
el problema era de dos, aunque no quisiera.
— Como no
tienes que ir al trabajo hasta pasado mañana, relájate y piensa.
Camila se marchó al trabajo y yo había llamado para
decir que tenía un virus y no me podía levantar.
Estaba con la tele puesta, pero en realidad no veía
nada. Sacándome de mi estado el timbre sonó, fui a abrir sin mirar, y cuando
esa puerta se abrió unos ojos verdes llenos de sentimientos y preocupación me
atraparon. Sin darme tiempo a reaccionar me besó, con más desesperación que la
primera vez. Una lucha de lenguas con un deseo de puro fuego. El sonido de la
puerta al cerrarse me asustó.
—
¿Qué haces aquí? — mi voz era un susurro.
—
Mi primo me dijo que estabas enferma. Tenía pensado ir
hoy a disculparme por todo, y antes de que me acobarde déjame terminar. Noa, no
sé qué me pasa contigo, no puedo sacarte de mi cabeza y de mi corazón. Sé que
no querías esto, pero es que desde que te vi no puedo pensar en otra cosa que
no seas tú, por favor, dame la oportunidad de empezar de cero y conocernos
mejor.
Me quedé sin palabras, otra vez por su culpa. Era lo
más bonito y sincero que me habían dicho nunca y no pude hacer otra cosa que
llorar en sus brazos, llorar de felicidad, miedo, deseo, y todos los
sentimientos contradictorios que se pudieran tener.
—
Tengo que decirte algo Hugo, pero antes de nada quiero
que sepas que tus sentimientos son correspondidos y sí, me gustaría intentarlo,
lo que no sé es si tú, después de lo que tengo que decirte sigas pensando igual
— dije con voz rota.
—
No creo que haya algo que me vaya a separar de ti, por
malo que sea lo superaremos juntos.
Y sí, eso era posible, vi amor en sus ojos y eso me
dio la fuerza para que la chica verde lo soltara a bocajarro.
— Estoy
embarazada.
Y ahí estaba: una expresión de auténtico pánico que me
hizo temblar, hasta que me senté en el sofá.
—
Pero… claro… yo… ¿estás segura? ¿De cuánto? — su
expresión empezó a suavizarse y yo hablé.
—
Justo del tiempo en el que estuvimos, porque yo solo
me he acostado contigo, con nadie más en meses y yo no…
No me dejó seguir hablando, me silenció con su boca
desesperada buscando la mía, un beso que me decía más que las palabras que
pudieran salir, un beso lleno de amor.
— No pienso
ponerte en duda nada — decía entre beso y beso — En el poco tiempo que tuvimos
para conocernos supe que eras especial, y te digo que no estás sola en esto,
vamos a superarlo juntos. Estaría contigo con embarazo o sin él, quiero que eso
lo tengas claro. Hoy venía a por ti y no me iré sin ti.
Y sin más comenzamos a quitarnos la ropa con
desesperación, como si fuera una manera de sellar lo que había dicho. No
paramos de besarnos y mirarnos a los ojos. En cada beso y cada mirada había
promesas y sentimientos que me desarmaban. Lo quería, lo quería más que a nada
en el mundo en este momento. Ni siquiera sabía que eso pudiera ser posible,
enamorarse de una persona en tan poco, en mi mente no había cabida para el
fracaso aunque el pánico me desarmara. No sé cómo llegamos a mi habitación,
pero cuando me tumbó en la cama, mientras recorría mi cuerpo con sus besos, no
paraba de decirme lo feliz que estaba.
— Chica verde
— mientras me cubría con su cuerpo — voy a adorar cada centímetro tuyo por el
resto de mi vida, pero ahora lo único en lo que pienso es en hacerte el amor
lentamente, bebiéndome cada gemido tuyo y volviéndote loca, para que sientas lo
enamorado que estoy de ti.
Lo hizo, vamos que si lo hizo. Durante ese día y el
resto nos amamos como locos, como si el mundo se acabara, pero nada más lejos
nuestro mundo, justo comenzaba ahora. Los tres.
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